Toca insistir con el tema, no solo para contribuir a despejar el ambiente en al menos un tema, el del juicio a Uribe, de cuyo correcto desenlace se podría derivar un fallo justo, ojalá. Pero también porque cada vez el uribismo supera su propia marca con bajezas memorables que ya constituyen un estilo y que han ubicado al país entre los más pintorescos y deshonrosos del mundo.
Esa portada de Semana, bastante subliminal y maliciosa, con la foto de Juan Guillermo Monsalve embadurnado en la cara con quién sabe qué tipo de mazacote blanco, me recordó los diarios escandalosos de Lima con titulares de este tenor: “La acuchilló en la vagina y reconocieron el cadáver por los calzones”. Si Semana se descuida, Q’hubo no tardará en alcanzarla, aunque los tituladores de este último son más ingeniosos.
El hecho es que a los de Semana les parece que es demasiado el derroche de Monsalve porque aparece en fotos en su celda tomando whisky, levantando pesas, jugando PlayStation y disponiendo de cuatro sim cards. Bueno, y las selfis con una visitante juguetona. ¡Qué platal! La verdad es que si esos son los excesos que, al decir de Semana, Granados y la señora Dávila, le financia Iván Cepeda a Monsalve para que se sostenga en su versión como testigo contra Uribe, al senador ese preso le sale muy barato.
Otra cosa es que a ese combo uribista no le quepa en la cabeza que haya personas que, llegadas a un momento límite de su existencia, no les importe cobrar por hacer revelaciones sobre asuntos que atenazan su conciencia. Hay que reconocer que para estar uno preso hace diez años y todavía deber otros 30, esas “infracciones” (el PlayStation, el whisky y el celular —habría que excluir lo de la visita conyugal—) no son mayor cosa, aunque sean prohibidas por el Inpec. He visto fotos de los parapolíticos en La Picota que la pasan mejor.
Lo curioso es que el toque porno de esa entrega de Semana, bastante pueril, pretende mostrar la “pecaminosidad” de Monsalve para escandalizar a la mojigata opinión a efecto de que le parezca recomendable que lo trasladen de celda y ahí sí pueda el interesado darle “chumbimba”. Difícil no vulgarizar el léxico abordando estas porquerías temáticas. No es culpa mía.
Ese tema del pudor, con el que machacan tanto la señora Dávila y otra mujer que es una nueva cepa de esa revista, que maneja un programita llamado “El control”, es en realidad una forma de insidia beata que ya se había ensayado cuando cuatro miembros de las Farc aparecieron, durante las negociaciones de La Habana, tomando ron y fumando habanos en la cubierta de un catamarán. El que no sea oligarca tiene que ser abstemio y casto. Tampoco, tampoco.
Y ahora van por Deyanira Gómez, otra de las víctimas de Uribe en el juicio. Le acaban de orear, en complicidad con la inteligencia militar, una supuesta implicación afectiva suya con un guerrillero de las Farc por allá en el 2007. Asunto que se archivó, por carecer de sustancia, hace los años de upa. Y sobre el que la propia doctora Gómez advirtió a su defensor, Miguel Ángel del Río, a quien al consultarlo con la Fiscalía le dijeron que ahí no había lo que se dice nada. No cayó en la cuenta el magnífico abogado de que para enturbiar a su defendida con ese entuerto y meter ruido —un ruido efímero, pues todo eso es folletín apenas— quedaba suelta esa joyita de Dávila.