Donald Trump reinauguró las instalaciones del Kennedy Center que estaban en refacción –algunas escaleras rotas y tuberías goteando– y, al concluir las obras y quedar como nuevo el edificio, hubo una ceremonia en la que le cambiaron el nombre al emblemático monumento cultural: “Trump-Kennedy Center”. Como si aquí le hicieran un arreglo con recursos del Distrito al Teatro Colsubsidio Roberto Arias Pérez y aprovecharan para rebautizarlo como Teatro Colsubsidio Carlos Fernando Galán-Roberto Arias Pérez. No se le ocurriría al alcalde, ni lo permitiría la familia Arias, así como en Washington ha reaccionado la familia Kennedy. Ese nuevo nombre no va a durar.
Este mes, Trump insultó la memoria del director de cine Rob Reiner, asesinado junto con su esposa por su propio hijo. Trump escribió un mensaje de pésame en el que incluyó este texto: “...ese crimen fue motivado por el síndrome de odio contra Trump...”, y le dio el nombre “científico” al mismo con la sigla: “SDT”. Es decir, que el hijo mató a sus padres porque Reyner escribía muchos trinos contra el presidente. Algo patológico otorgarle patente científica a ese “síndrome”, dándole igual categoría que al de “Estocolmo”. Un narcisismo de un personaje que, según neurólogos norteamericanos, “carece de control de impulsos”. Trump habla en sus discursos de sus deseos contenidos por su hija Ivanka; llama “bragas” a la lencería de su esposa Melania, y declara que él es más guapo que Kamala Harris. No es raro entonces que figure como pedófilo principal entre los amigos de Epstein, y pronto saldrá rodeado de menores “masajistas”, como Calígula, en esa lista que su fiscal general, Pam Bondi, está depurando para que su nombre desaparezca.
Mientras tanto, y para disimular su reputación de pervertido, bombardea lanchas con colombianos y venezolanos en el Pacífico y el Atlántico en ejecuciones extrajudiciales bajo la presunción de que llevan droga: ya van 30 naves y más de cien caribeños acribillados en diciembre. Sus matemáticas son muy simples: cada lancha estallada “salva 25 mil estadounidenses”. El día de Navidad, bombardeó a Nigeria, “para salvar cristianos”, sin que se sepa aún el número de islámicos abatidos. Lo burdo de la aritmética de este criminal, también aguanta para cuentas de otro orden: en el discurso navideño a la nación dijo que “he abaratado los productos farmacéuticos en un 800 %”, lo cual en números es imposible, pues querría decir que quien entra a una droguería por un medicamento, no solo se lo dan, sino que le enciman el 700 % de su costo en efectivo. Sin venir a cuento, el 24 dedicó seis minutos a las víboras del Perú, que “son tan salvajes, que provocan 28 mil víctimas al año”, información que puso a investigar a científicos que rectificaron el dato: solo seis. Le ocurrió como con el cuento de las mascotas que cocinan los inmigrantes haitianos.
Me parece muy bien que Petro haya dejado de contestarle a este atembado tan peligroso. Aun así, éste no olvida, y se la tiene sentenciada –lo que me asusta, pues con lo chapucero que es ya empezó a decir que este país tiene fábricas de cocaína por todas partes, y él tendría motivos para tomárselo y destruirlas–. El planeta tiene que tenderle un cerco de ambulancias, enfermeros y camisas de fuerza para que lo agarren y salven al mundo.