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Epistolario sobre odio y fortaleza

Lorenzo Acosta Valencia

28 de abril de 2010 - 10:13 p. m.

PASARÁ UN MES DESDE EL SEPELIO del coronel Julián Ernesto Guevara y poco hemos reflexionado sobre la cultura que sustenta esta práctica macabra de humanitarismo.

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El 5 de abril, el féretro desfiló por la carrera séptima de Bogotá a la vista de quienes orábamos por el coronel luego de once años de secuestro en vida y ultratumba. Así cumplimos un ritual de expiación: la suerte de Guevara nos interesaba aunque él lo negó, balbuciente, en su último video. Pero velamos a su cuerpo convertido en un epistolario en el que Farc y Gobierno ratificaron el odio insurgente y la fuerza militar como imperativos ante el conflicto armado.

El mayor Guevara no estaba ahí. Desde la toma de Mitú, en 1998, su cuerpo, marcial ante la devastación de mil quinientos guerrilleros, comenzó a ser aniquilado por el padecimiento del cautiverio. Aunque sus escritos insistieran en el carácter pasajero de su condición, Guevara aventuraba líneas en que se percibía como un alma de domicilio vacilante. ¿Qué entendería por tolerable, húmedo, agotador y, en fin, perecedero? Tampoco sabemos si escribió sobre su enfermedad —la grave incertidumbre de sí mismo—, pero su cuerpo ya renunciaba a él mientras desistía del mundo. En enero de 2006, la muerte lo transformó en hoja en blanco que sus carceleros archivaron en una fosa de la manigua.

Tal es el arte del secuestro, la exhibición de fuerza del carcelero por la sevicia con que conforma galerías de rostros al filo del silencio. Las Farc entregaron unos despojos el 2 de abril. En ellos estaba escrito que las montañas de Colombia siguen siendo santuario de una secta dedicada al exterminio de todo lo que su capricho tenga por oligarquía, porque también fueron destrozadas su idílica Marquetalia y la Unión Patriótica. Y firmaron la misiva rindiendo honores al ataúd para simular mesura en su cólera, pero sus condolencias se escucharon como el eructo de una burocracia privada, vetusta y gorda de verdugos.

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Medicina Legal tradujo los restos en la identidad de su antiguo morador, ascendido a coronel luego de su partida. Era Guevara, así que el Gobierno podía contestar sobre ese cadáver. La homilía se celebró en la Catedral para reivindicarlo como sujeto llamado a la resurrección y cuerpo nacional martirizado por herejes. Y el presidente Uribe lo hizo su patrono para suplicar que el terrorismo no engañe a su sucesor en la búsqueda de la victoria final, porque sólo es violencia la que se ejerce contra el Estado y las garantías para la oposición de toda izquierda son ahora indudables. Su gobierno ha ejercido la fortaleza y no el odio, aclaró; pero sus condolencias se escucharon con el aplomo de una legitimidad punitiva según el victimario.

Al margen de estas misivas sobre seguridad e insurgencia perpetuas queda la vergüenza por comprobar que nuestra compasión no acompañó al coronel sino a los ecos reflejados por sus restos. Nuestra única certidumbre, grave, es que Julián Ernesto Guevara ya no escribe.

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