Atalaya

La soga de Aida

Lorenzo Acosta Valencia
13 de febrero de 2020 - 05:00 a. m.

Rope es el título de una película de Alfred Hitchcock. Su traducción podría ser ‘cuerda’, ‘soga’ u ‘horca’. La historia relata la afirmación de superioridad de dos estudiantes de élite que pactaron el asesinato de un compañero cuya vida estimaban insignificante, para ejecutar el delito perfecto –el que resta impune a la vista de todos–.

El drama inicia con la estrangulación de la víctima y el ocultamiento del cuerpo en un arcón, dispuesto en la sala del apartamento de los homicidas, sobre el cual ellos deciden servir un banquete con mantel y candelabros. Los comensales eran los deudos del chivo expiatorio y un profesor que disertaba sobre las posibilidades estéticas del crimen: “La justicia y la moral son para los débiles…”. Todos los invitados acuden a la cita y comen alrededor del cadáver, velado en ese altar; todos se preguntan por la tardanza del muerto que, no obstante, yacía en la ceremonia.

Nuestra democracia se asimila a la perversión de esa última cena. Las élites regionales no sólo practican la instrumentalización de los subalternos en el engranaje de sus maquinarias electorales, sino que ostentan, desafiantes, sus delitos. Así replican el arte del crimen: no basta con reproducir los triunfos en sus feudos; vale hacerlo con la exposición del pelele que sirvió de festín para su gula ascendiéndolo a la representación nacional, siempre que se guarde un silencio tenso, excitante, sobre sus procederes. Y aquí la trama de Hitchcock cobra nuevas dimensiones.

Por una cuerda huyó Aida Merlano de su arreglo con la Corte Suprema de Justicia para revelar las dinámicas de la política caribeña. Se trata de la primera congresista sentenciada por delitos electorales con más de 70.000 votos a cuestas. “Me secuestraron con la intención de asesinarme”, dijo ya cautiva en Venezuela, candidata al asilo de Nicolás Maduro como una Sherezade que llora profusamente. Habría de confesar cómo la envolvió esa cuerda desde la adolescencia para hacerla compradora de votos de los Gerlein y para llevarla al Congreso por el Partido Conservador, en alianza subrepticia con los Char.

En la película de Hitchcock la soga se asomaba por un lado del arcón, indicio del crimen y de su impudicia. Lo mismo sucede en nuestra democracia. Aida se inmoló en las urnas desde que ofrendó su humanidad por un plato de curules en la Casa Blanca de Barranquilla, donde retuvo cédulas a cambio de dinero; ahora vaga, guion en mano, entre la prisión del Helicoide y el Palacio de Justicia de Caracas. Cordero, crimen y denuncia, su fantasma parodia una cooperación judicial entre Colombia y Venezuela envilecida por los códigos mafiosos del silencio y la delación. Y nada más sabemos.

“Que no enreden la pita”, sentenció Duque: que extraditen a Aida Merlano, aunque no haya canales de extradición. Y mientras el presidente balbucea, la horca se engruesa agravando la confusión de un títere ligero; él, similar al cuerpo de Aida, yace en el arcón de la Casa de Nariño sobre el cual copartidarios, oposición y madurismo sirven sus banquetes con mantel y candelabros mientras la soga continúa insinuándose en el claroscuro de la escena.

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@Los_atalayas

 

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