Con encuestas o sin ellas, los aspirantes presidenciales salen a poner la cara. Lo anticipado del caso es muy propio colombiano, causado por la ansiedad de cambiar. “Tal vez bajo otro cielo la suerte nos sonría”, cito versos de memoria, en contra de las precauciones de Argos, pero sé que Porfirio no me engaña.
Para Invamer, puntea De la Calle. Fue el primero en lanzarse, muy discretamente, ya lo dijimos, dando a entender que era él la persona que podía aglutinar un centro de izquierda y de derecha moderada. Pronto se vio que sería la continuación del Sí y del No, debate cerrado con la victoria engañosa del Sí, que no ganó. Se preguntó entonces si se aceptaba o se negaba la fórmula de paz de Santos y el pueblo la negó.
Se dijera, entonces, que Humberto de la Calle haría revivir el viejo debate. El carácter de este derrotado negociador de La Habana nos recuerda una gran debilidad suya cuando por causa del Proceso 8.000 dejó el cargo de vicepresidente, que ya casi le tocaba ejercer.
Sigue Invamer con Juan Manuel Galán, quien puede dar una sorpresa y por lo visto su imagen (mejor dicho, la suya y la de su padre) es favorable aun en porcentaje inferior a De la Calle, pero superior en cuanto menor rechazo. Si el Consejo Electoral revive el Nuevo Liberalismo, evitándole la espantosa necesidad de las firmas, habemus candidatum.
El otro grande es, por supuesto, Sergio Fajardo, para algunos seguro presidente del 2022. Lo han hecho bajar un poco en la aceptación con las malas artes de acusarlo por la represa; lo suyo se tornó en camino empedrado, pero seguro. Es hombre de informalidad todavía juvenil y en ello está uno de sus atractivos personales y, curiosamente, siendo Antioquia su baluarte, tiene alta votación en Bogotá. Su imagen, a estas alturas, ya es nacional.
Más abajo están otros, capaces del cargo, y no es que las encuestas sean la última palabra, pero determinan de algún modo. Qué pesar por los que no clasifican entre los tres primeros. Se requiere en Colombia una avalancha de propaganda, un hecho insólito, un gesto mockusiano (¡qué horror!), unos carteles de Carlos Duque, prensa, mucha prensa (no tanto redes sociales), para que un nombre no trajinado surja de repente y se categorice.
Me duele que alguien de las calidades de Iván Marulanda se hunda en el olvido. Lástima perder el vigor que ostenta Juan Carlos Pinzón, pero tal vez sería muy drástico, padre y suegro militar; es un pesar desaprovechar al vigoroso Rafael Nieto Loaiza (un poco Bolsonaro en su apariencia), como fue triste, en su hora, volver trizas a Fernando Londoño, su antiguo jefe, hombre de dicción deliciosa y fecunda y de erguida estructura física y mental. Qué delicia era pintarlo. Aún regurgitan los viejos odios antiperistálticos a azotar las mentes de hoy.
Me duelen esos y todos los demás.