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Alegría

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Lorenzo Madrigal
17 de julio de 2023 - 02:05 a. m.
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Pocas ocasiones tenemos para alegrarnos en los tiempos que corren (gaudete in Domino semper, alegrémonos en el Señor). Pero el fallo de La Haya me ha levantado el ánimo siempre caído, como pocas cosas logran hacerlo. He ordenado izar el pabellón nacional en la portada de mi pedacito de tierra, todo porque Colombia ha recobrado la fe en la justicia y porque logramos que se fuera con el viento la amenaza de nuevas pérdidas de mar. No sabía que amara tanto a mi país y menos a su mar, que casualmente conocí en las islas nuestras de Centroamérica. Vine a saber del mar, anécdota personal, en el Cantábrico, donde no es azul (como la Costa Azul) sino verde.

Pero el mar, ah, el mar, inmenso, plácido y sereno, misterioso en los versos de León de Greiff: “Sus silencios yo nunca pude oír”. Nos tenía este secreto silencioso de la reivindicación de nuestros derechos y de los aparentemente perdidos por el fallo de 2012, que al parecer haremos bien en retener, nuestros como han sido por derecho consuetudinario y por cédulas reales. Bien, por primera vez, Gustavo Petro, quien estuvo presto a defender el patrimonio marítimo en esta importante fecha con aviones bombarderos y barcos acorazados desde el propio enclave insular, solo que no llegó.

Puntuales, en cambio, estuvimos otros frente al televisor, aturdiéndonos simultáneamente con la radio, muy atentos a la noticia marítima, con los ojos aguados, la verdad, pues la esperábamos mala, al igual que la de 2012, cuando repicó con insistencia el difunto teléfono de Telésforo, quien no vivió para este glorioso día en que la CIJ rechazó las pretensiones del vecino país. Muy querido el país, pero gobernado hoy en día por quienes acostumbran convertir revoluciones de izquierda en dictaduras de derecha.

Todo nos pareció bien en nuestra alegría frenética, comenzando porque ya no estaba ante nuestros ojos la cóncava testa del magistrado Tomka sino la abundante cabellera de la presidenta de la Corte, Joan Donoghue, envuelta en los pliegues de su elegante toga. Qué tremenda escena la de los magistrados de la suprema Corte (busqué a Peter Tomka) llegando o retirándose en fila sobre la alfombra lustrosa. La televisión también mostró a la delegación de Colombia de gente muy eminente, Valencia Ospina, por ejemplo, aunque no distingo a los abogados y las abogadas del nuevo equipo jurídico.

¡Mare nostrum!, nuestro mar, sigo latinizando, memoria del mar Mediterráneo; me brota el latín porque, créanme, me eduqué para cura y es una lengua que hablo, por desgracia muerta. Estoy dichoso, si tuviera alguna cita, seguramente faltaría a ella o no llegaría a tiempo, como Petro.

El extenso fallo, muy basado en el derecho consuetudinario, resuelve dudas del anterior y, por lo pronto, acoge la tesis de archipiélago, originaria del eminente jurista Enrique Gaviria Liévano.

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