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HACE CINCUENTA Y DOS AÑOS, ayer no más, el país amaneció de fiesta.
Por una Bogotá paramuna y sencilla y menos contaminada transitaba gente eufórica y circulaban sin destino autos de todas las categorías, con el pitar rítmico que se hizo célebre: ta - tata - ta. Había caído la dictadura. El general Rojas Pinilla abandonaba el país.
Había gobernado por cuatro años desde el cuartelazo y había sido reelegido (es un decir) para otros cuatro por la complaciente Anac (Asamblea Nacional Constituyente).
Al interior de San Carlos, segundo piso, un airado general Navas Pardo increpaba al clérigo secretario del cardenal Crisanto Luque: ¡Ustedes tumbaron a mi general! No fue sólo el disfavor de la iglesia. Se unieron, entonces, liberales y conservadores para socavar al régimen. A la cabeza de unos y de otros: Alberto Lleras, Laureano Gómez, firmantes de Sitges y Benidorm, y Guillermo León Valencia, quien lideraba con Lleras Camargo en Bogotá. Nacía el Frente Nacional, primero llamado Frente Civil, y aunque cesaba la guerra a muerte entre los partidos, el país se aburrió pronto (lo bueno cansa, lo malo amansa) y se dio a la crítica, de la que algunos catecúmenos de la política se sirven para surgir. Nació el MRL.
Alguien del sector oficial dijo, por estos días, que en el siglo pasado varios presidentes habían permanecido en el poder más allá de su respectivo período. No es verdad. Ni Reyes —el dictador Reyes—, elegido para un sexenio, a quien su Asamblea le asignó con nombre propio una década de mando, pudo gobernar más de cinco años. Por eso su gobierno se conoce como el quinquenio.
Todos los demás respetaron sus cuatro años, entre otras razones, porque la fuerza de los partidos y la emulación política no iban a permitir que se aplazara la expectativa del poder. López Pumarejo repitió, pero con intervalo. El propio dictador Rojas no pasó de cuatro desde su golpe de mano, como arriba se dijo.
Es, por tanto, intolerable, cualquiera que sea su índice de aceptación, que el actual presidente siga reformando la Carta para perpetuarse en el poder. El precedente es funesto: otros vendrán, vaya uno a saber de qué laya, y harán lo mismo, con lo que habremos pasado de ser una democracia consistente a ser una caribeña república de sainete.
¿No hay nada qué hacer, ante encuestas incontrovertibles, pese a ser controversiales? Nadie sabe cómo están hechas, según decía Álvaro Gómez, pero son ellas hoy la democracia, muy posiblemente manipulada. La Nación está constituida ahora como un “Estado de opinión”, visto que ya no es un Estado social ni de derecho. Quedan por hacer tres cosas: protestar, protestar y protestar.
