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Cuando los dictadores juran

Lorenzo Madrigal

25 de abril de 2022 - 12:30 a. m.

El juramento, rito sagrado de la historia humana, es hoy un simple adorno del decir o mera formalidad a cumplirse. Los presidentes juran al tomar posesión que han de cumplir con la Constitución y leyes, cual lo hizo Juan Manuel Santos en agostos del 2010 y del 2014, para terminarse el tiempo constitucional y quedarnos sin reglas que respetar en materia de expedición de leyes y no se diga en cuanto a la autonomía del pueblo en función plebiscitaria.

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Ahora bien, si un particular en trance de ascender al poder, pero todavía un particular, refuerza con juramento la promesa de que no llegará a expropiar los bienes de los asociados, cuanto menos es de creer. Son palabras al viento que más bien indican que ese tema es de cuidado y se estará pendiente de llegarse a esa proximidad con un mandatario de extrema.

Inútil lo que se diga frente al ejemplo, aún fresco, de un Hugo Chávez, todavía en salud, parado en la esquina de una importante plaza de Caracas, vociferando al frente de un edificio: “¡Exprópiese!”, en alarde de aplaudida autoridad. Y con una pequeña Constitución a la mano, como si fuera de gran mérito blandir el respeto a la letra que él mismo había escrito.

No es necesario, pues, servirse de notario para certificar que se van a respetar los derechos de propiedad y, me imagino, los demás derechos individuales que consagra la Carta Política. Un notario no da garantías de cumplimiento alguno, tan solo da fe de que ante él se dijo tal o cual cosa. Para asegurarnos del cumplimiento de lo prometido bastaría con el acto de juramento y posesión en la Plaza de Bolívar, entre el clamor de liberales arrepentidos, seguidores honrados y, bueno, de algunos excorruptos, como ahora se dice. El liberalismo democrático habrá muerto.

Aún queda una sólida esperanza, antes de que un admirador y seguidor de Chávez llegue al poder, si el peso de la tradición democrática preserva a la república (existen aún tres o cuatro cartas a jugar).

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No es hora de ser neutrales. Tras muchos años de seguir el curso de nuestros acontecimientos, observando a toda hora el odio y la polarización, me asombra que un expresidente como César Gaviria hubiese acudido a la sombra de Petro o que dirigentes como Roy y Benedetti sean ahora dos símbolos de trasplante ideológico, bajo algún medicamento que les prevenga el rechazo.

La decisión parece ser entre Fico y Fajardo, cualquiera de ellos. Fico es hoy el de los votos, no importa mucho si a señoras de alta alcurnia les parece “deslucidísimo” (desarreglado, feo, despeinado, desabrochado). Si Fajardo sorprende y se levanta del aplastamiento del contralor, entre otros, pues allá corremos, claro, si aventaja a Fico. El asunto con Fajardo es sobre todo de números; con Federico se resuelve amablemente: él sabe que no es el de Uribe, pero los seguidores no se escatiman.

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