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Consecuencia previsible de la formidable marcha del lunes era el impulso a la segunda reelección de Uribe. Y eso que en cincuenta cuadras bien caminadas, el viejo Lorenzo sólo pudo ver y escuchar a un grupo que vociferaba el trillado: Uribe, amigo, el pueblo, etc. Todo lo demás fue uniformidad de voces acompasadas contra el grupo guerrillero y su salvaje práctica del secuestro.
Casi todos los remedios tienen contraindicaciones y efectos secundarios no deseados. No bien terminó el fervor popular y la más amplia manifestación que se haya visto en Colombia –y, según fotos escalofriantes, en el mundo–, saltó la liebre de una nueva reelección del mandatario, propuesta por amigos y ex funcionarios. El remedio que necesitaba el alma nacional era la protesta contra un crimen que se está cometiendo ahora, no diferido, no apenas revelado hoy y perpetrado hace años, del que den cuenta fosas y excavaciones. Tortura actuante que debe detenerla la voz unánime de la Nación.
No fue, sin embargo, el clamor multitudinario contra una guerrilla cruel lo que redundó en la apetencia de más Uribe. Pero los áulicos sí vieron la ocasión propicia. También las imprecaciones del dictador vecino, conocidas esa misma tarde, y ya con amenazas territoriales, tendrán la virtud de unir más a la Nación en torno de su líder, un tanto enclenque y de tendencias antidemocráticas. En esto último, algo parecido al agresor.
La fatalidad estaría llevando al país a un tercer período presidencial, sin solución de continuidad. Tendríamos, pues, a un Franklin Delano Roosevelt, a quien sólo la muerte separó del mando en Norteamérica. Era la guerra mundial. Aquí también hay amagos de guerra, se dirá. Si la propuesta de sus seguidores prospera –en la calle no lo dudo, en el Congreso no lo sé– habrá quedado tendida en el campo la Constitución Política y ninguna reforma posterior va a tomarse en serio, ni tendrá solidez alguna, como por ejemplo la de la Carta de 86, que duró cien años.
Con todo, había que marchar, es mi opinión, que no impongo a nadie. Muchas contraindicaciones tenía este remedio, sí, pero había que tomarlo: por ejemplo, que se radicalizaran aún más las Farc; que el uribismo se exaltara (ya lo vemos); que se reclamara, en revancha, por una protesta similar contra el paramilitarismo. Esta podría venir o no venir después, porque son cosas que no se fuerzan, sencillamente ocurren. La indignación popular es algo que ni se programa ni se cita por Facebook, solamente. Es asunto más cercano a la sicología de las masas.
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Quiero contribuir a una mejor ortografía de los latinajos que publica El Tiempo, tan amigo de ellos. Veamos: “Quousque tandem abutere (no “abusare”), Catilina, patientia (no “paciencia”) nostra”.
Y otro. Este de mi admirado Mauricio Pombo, quien muy juiciosamente encabezó con el “Vanitas vanitatum omnia vanitas…”, pero a quien le hizo falta la conjunción “et”, que le da la fuerza al aforismo: “Vanidad de vanidades y todo vanidad”. “Kai panta mataiotes” (griego sin caracteres), en la boca de San Juan Crisóstomo.
