Tema recurrente de esta sección ha sido el refugio que se otorga a los perseguidos políticos o, visto de otro modo, el derecho de asilo. Entiendo que hay diferencias en los dos términos, algo así como que el uno se da por las vías de hecho y el otro por las del derecho positivo y estatuido. En ambos casos hay alguien huyendo de la injusticia, cuando esta se disfraza de legalidad, el caso también conocido como el summum ius, summa iniuria.
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Me ha gustado siempre el tema, porque es el derecho cuando desdice de la maledicencia, así esta tenga origen en las vías legales. Es un último recurso que ofrece la verdad para quien no le es posible demostrarla de otra manera. Los enemigos de este escape, que lo es, afirman que se trata de una burla legalizada a la justicia. Lo es en ocasiones, pero acude a la salvación de un inocente.
Muchos vieron en este peculiar derecho una búsqueda inagotable de la verdad, como fue aquella extraña permanencia en la Embajada de Colombia en Lima por parte de don Víctor Raúl Haya de La Torre, cinco años a salvo de esbirros de una dictadura (la de Odría, años 40 del siglo XX). Sin haber tenido, al recordarlo, afinidad alguna con el personaje sino admiración por la operatividad jurídica, pude verlo como una práctica ineficaz de la ley penal, que es sobrepasada por la justicia.
El caso del expresidente panameño, don Ricardo Martinelli, acogido por Colombia (no importa por cuál gobierno) no debería cuestionarse. Es algo encomiable del presidente Petro. Qué horrible fue ver a un hombre del talante de Juan Manuel Santos, hoy premio Nobel de paz, entregar al joven activista Lorent Saleh y a un compañero para ser sometidos en Venezuela a cuatro años de prisión. Un asilante no le está concediendo al asilado o refugiado perdón u olvido o la amnistía por delitos. Solamente le otorga una pausa, un descanso, la correspondiente obra de misericordia, y le está dando la oportunidad al juzgador para una mejor decisión.
Sobra decir que detesto las cárceles. No sé si la humanidad algún día va a encontrar otra forma de castigo social y de seguridad pública cuando la sociedad se encuentra en irremediables situaciones que impiden la cohabitación. Pero eso de tener a un ser humano en cautiverio, entre cuatro paredes sin luz ni relaciones familiares, ha debido pasar y quedarse en el medioevo. Pero qué esperanza puede haber si tantos siglos han pasado y no han abolido la pena de muerte en el XXI.
Es bien conocido el caso de Julian Assange, operador y fundador de la plataforma Wikileaks, quien, perseguido por varios países a causa de violaciones a infidencias, fue refugiado en asilo durante siete años en la Embajada de Ecuador en Londres. Esto revivió el asilo a niveles europeos, donde tuvo su origen en tiempos de Crisóstomo, famoso protector de perseguidos en sagrado.