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Difícil decisión ha de tomar la Santa Iglesia. Al entregarme el periódico me transmitieron la noticia del día, que no la traía el periódico: “murió el santo padre”. Me paré de la cama, acongojado –por la vejez y el insomnio– a hacer una breve oración. Estoy hecho un santo, lo que a esta edad no es ninguna gracia. Me coloqué en modo vaticano y pensé en los jardines, en el también ya difunto y buen papa Benedicto, muerto dos años antes, en su buen gato que lo acolitaba al piano, y en el buen George.
Por supuesto que mucho pensé en Francisco, su acogedora risa y, cómo no, en su tétrico seño. En el fondo de esa alma fuerte residía un espíritu misericordioso. Si queríamos saber qué era aquello de un Dios infinitamente misericordioso, que se nos enseñó literalmente en el catecismo de Astete (otro Jesuita), era él. ¿Qué nos depara ahora la elección pontificia? Desgraciadamente no puede ser elegido pontífice “el buen George” (Gänswein), a quien se le encomendó el cuidado del papa Benedicto en su ancianidad y en quien se reflejó no solo la bondad de este papa alemán, sino la propia de su acompañante y coterráneo. Gänswein sí que es arzobispo, pero todavía no promovido a cardenal, lo que en los intríngulis vaticanos hace que el controversial George no vea abierta las puertas del cónclave, muy a mi pesar. Cierto que no se necesita ser cardenal para ser elegido pontífice reinante. Pudo haber sido pontífice el modesto y santo cura de Ars, aunque ha resultado más fácil pasar de altísimo prelado a santo que de modesto cura a papa.

Están, pues, lejanas las posibilidades de un papado de George, como serán fáciles las de llegar a santo para el papa Francisco o lo fueron para el buen papa Giovanni o para Juan Pablo II.
Otro asunto que muchos habrán de meditar en el inmediato futuro es cuál será la presumible duración del nuevo papa. Aventurarse en ese tema sería tanto como entrar en los campos de San Malaquías o de Nostradamus y ahí está la duración del santo papa Roncalli, quien siendo anciano y presumiéndose que duraría poco mientras se resolvía la discrepancia entre cardenales, estuvo cuatro años y medio en el trono, suficientes para renovar la iglesia o la muy larga estadía de guerra del papa Pío IX en lucha por los territorios. En los museos vaticanos se pueden observar cañones y fusiles con escudos que contradicen la santidad de los emblemas, que hoy tienen a salvo la territorialidad pontificia, ratificada en los tratados lateranenses.
Ya dos papas no se verán ni en películas, como la interpretada por Anthony Hopkins y Jonathan Pryce, porque, como dice un verso que aún se escucha en Bogotá: “de la muerte nadie se escapa, ni el rey, ni el príncipe, ni el cardenal, ni el papa”. De los 135 papábiles a alguno se le ha de quedar enhiesto el baldaquino, tendremos papa y saldrá humo blanco.
