Llegan posiblemente muy tarde mis comentarios sobre lo que pasó el 7 de agosto. Es el resultado de los horarios de entrega de las colaboraciones, que amablemente me son publicadas. Pero siento que aún revolotean en un jardín de flores las mariposas (acertado símbolo de Carlos Duque) de esta “primavera” de la izquierda política a la que el país entero se ha volcado, muchos con oportunismo visible. Por lo visto y leído, el único que no se ha sumado al folclore ha sido el que fuera tenido por “tibio” y es, al parecer y al día de hoy, de los pocos duros que quedan, don Sergio Fajardo.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Miré con asombro y espanto la multitud que colmó más de la mitad de la Plaza de Bolívar. El resto del espacio estuvo ocupado por aparejos, tarimas y toldos, en el animado show de instalación de Gustavo Petro, con el sainete incluido del “fierro” de Bolívar (Simón). El argumento era el de dos presidentes, algo inmaduros, que juegan como un niño gordo y otro flaquito y barrigón: a que hasta aquí mando yo y de ahí en adelante manda usted.
El enhiesto fierro del Libertador, y me acojo a un texto de Eduardo Escobar (aún me río), digo que el enhiesto fierro fue el montaje teatral y de género burlesco que pudo observar el rey español, sentado en la butaca democrática que le fue asignada, por fortuna a distancia del carrizo pateador del mandatario argentino. Siendo el caso de levantarse al paso de la sacrosanta espada, permaneció monárquico; y es curioso, pues el aspecto del rey, distinto de Fernando VII, no es el de hombre soberbio, sino simplemente alto. Tanto, que sentado parecía de pie.
Embebidos en la escena, estremeció el sustrato democrático que ella entrañaba. El poder, en estos países de Occidente, se traspasa, no importa quién sea el sucesor. Un hombre a un mismo tiempo arrogante y sencillo es ahora el jefe de espigados jóvenes enguantados y de relucientes fierros (sigo con Escobar, la más grata lectura de los hechos), cuya voz retorcida comandaba en este súbito cambio: “Solicito a la Casa Militar”, vaya, vaya.
He enunciado que el poder es un símbolo pues todo queda reducido a una tendencia, a un estilo, a un cambio de personajes (en este caso, muy pocos), a un sesgo, del que tanto se habla y se niega, pero muy poco a un cambio real. Como están las cosas, poco va de Carrasquilla a Ocampo y la firma de posesión ministerial parecía darse ante un presidente de centroderecha.
Pienso que por lo pronto no cambiará en nada la vida pobre y dura de los llamados menos favorecidos, como si todos los demás se hubieran ganado una rifa. La tremenda reforma tributaria, que no tendrá réplicas violentas pues lleva el sesgo de la izquierda política, como cualquier Comisión de la Verdad, es seguro que va a encarecer el diario vivir. No digo más, pues la economía apenas la intuyo y ello no es suficiente.