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El poder y la propaganda

Lorenzo Madrigal

17 de mayo de 2020 - 06:31 p. m.

Suele pasar que la propaganda buscada con apoyos dinerarios y toda clase de artilugios deja ver su falsedad y termina siendo contraproducente. No ocurre lo mismo en temporada electoral, pues es parte del bullicio y del frenesí acostumbrado y del cual no escapa nadie. En esto no hay engaño pues se sabe que en cada vocería de candidatos hay mentiras y es un juego de competencias.

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Para el poder ya asentado y en el duro ejercicio conviene más un trabajo, por supuesto, honrado, silencioso, que se vaya dando a conocer por sus resultados, sin altoparlantes, sin avisos repetidos, en que las réplicas a la maledicencia sean las realizaciones. La modestia del alto funcionario acompañada de una severa dignidad lo harán lucir por sí mismo. Modestia con un sentido más cercano al de austeridad y no al de aquella que le endilgaba Churchill a su rival Clement Attlee: “Es modesto y tiene razones para serlo”.

Cierto que a mí me impresionaban de niño algunos jefes políticos y no los de una sola corriente. Repito mucho mi admiración por la legendaria figura de Alberto Lleras, nuestro clásico Cincinato, sin ambición aparente, con su delgadez elegante, su configuración angulosa, su voz envidiable y todo aquello que lo hizo respetable en Colombia, donde fue dos veces presidente, no de secuencia inmediata, ni por ventaja alguna. Sin alardes, se le respetó en América.

Alberto Lleras prohibió la utilización de su nombre en entidades o barrios y mucho menos su figura en estatuas. Ya en la posteridad he visto, entre otros, un busto relativamente bueno, en la población de Chía, a la cual estuvo vinculado desde su vida de periodista, cuando en un legendario Ford tres-patadas recorría la carretera central del norte. Por cierto que en su época final, conducía con sencillez un Chevrolet 54, pero también la bicicleta que usó en su retorno a la vida aldeana.

Son de ese tiempo unas quintillas, entre algunas que se publicaron —del todo perdidas en mis archivos—, una de las cuales decía así, con la sonoridad de los octosílabos: “Que un conductor de su clase, hoy se dedique al timón, es extraño y más si lo hace, quien tuvo dos veces pase de dirigir la nación”. Estas cosas llegan con el recuerdo en medio de murmullos mentales, mientras no encontramos mucho más para hacer o cuando el encierro nos agobia. Y es curioso, no salía mucho de casa, pero ahora me siento encerrado.

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En el programa de televisión del presidente Duque, se adivina que encima del presentador y presidente hay un gran cuadro de Bolívar, diría que es el de Ricardo Acevedo Bernal, que las cámaras deberían mostrar, ya que contrasta en su opacidad y muy favorablemente con los colorines de los que han venido acompañando a los presidentes chavistas, del tipo bus-escalera.

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