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El primer nombre en textiles

Lorenzo Madrigal
30 de enero de 2023 - 05:01 a. m.

“Coltejer es el primer nombre en textiles/ Y fabrica para usted mejores driles/ Dril Armada dura más, pues no se acaba jamás/ Úselo y verá que sí, es superior”, es el jingle, la entrañable coplilla que saturó la radio por años, los de mi infancia, y que aún hoy tarareo con la entonación exacta.

¿A qué viene esto? A que se acabó Coltejer (¡!). Para mí es el remate del Medellín de mi tiempo. Lloro mis cansados ojos. ¿Qué nos pasó, qué sucedió?, acudo este otro eco de canciones viejas, de aquel mismo tiempo. ¿Sería la importación de telas?, ¿el libre comercio?, ¿será un previsivo temor al anunciado decrecimiento o, acaso, el espanto de la ministra que desalienta los desarrollos industriales en el nuevo país?

Pero se nos fue Coltejer (la Empresa Colombiana de Tejidos), la emblemática de don Carlosjota (Carlos José) Echavarría Misas, la misma que en legítima sucesión fue de don Alejandro Echavarría, su fundador por allá en 1902 y la soñada por don Rudesindo, el bisabuelo, de quien heredó su nombre el sin igual compositor de baladas, don Jaime R. (como quien dice Jaime Rudesindo Echavarría, quien, muerto ya como todos los demás, “nos está haciendo falta, mucha falta, de verdad ”).

El primer nombre en textiles

Como va este escrito, Coltejer se me está volviendo canción y canción de antaño. ¡Por Dios! se acabó Coltejer, la que era par con el propio nombre de don Carlosjota Echavarría. Mencionar la empresa era mencionarlo a él.

Este poderoso industrial paisa, muerto a finales del siglo pasado, desplegó en su vida, que bordeó los 80, un historial humano entre el deporte, como que fue campeón de tenis y aun de fútbol americano en el Columbia University, así como el obligado jefe, por derechos de familia, del emporio textil, que hizo denominar a Medellín, junto con otros, la ciudad industrial de Colombia.

Carlosjota, sustraído de los colegios americanos y del deporte blanco por fuerza de sus mayores, llegó a la industria textil a los 38 años, la que era parte de su raza, regreso muy propio de las tradiciones antioqueñas. Lo trae la vieja “Semana”, cómo el deportista fue arrebatado a la actividad lúdica para atender lo que era suyo y de los suyos, la empresa que en sus manos fue grande y llegó a ser valorada, a números de su tiempo, en decenas de millones, suscritos.

Echavarría terminó convertido en poderoso consultor de gobiernos, fundador de asociaciones como la Andi, negado, eso sí, a los puestos públicos que se le ofrecían en cascada por su carrera de éxitos y no se diga cuando el presidente fue su amigo personal, Mariano Ospina Pérez.

Tiempos en que Lorenzo, entonces niño, veía estas grandes cosas de lejos, aunque cerca de su terruño. Ya trasladado a Bogotá, todavía niño, fue seducido por la que fuera cuna de su padre y se atuvo y se atiene al frío estremecedor de la sabana.

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