… Y tú cortando orejas. Frase que bien podría decírsela el presidente Duque a sus descuidadas colaboradoras. Están mal las cosas para el Gobierno y algunas obras buenas, sobre todo en el tema económico, no se le abonan dados los acervos odios que se enfilaron en su contra desde el comienzo.
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Termina mal y le han llovido a esta última hora indelicadezas y malas jugadas, producto del amiguismo y de autónomas jefaturas de gabinete, que mal pueden excusar su responsabilidad. Han dejado que funcionarios novatos jueguen como infantes tomándose cierto vuelo de poder, gozándose la vanidad y los aprovechamientos del momento, aquellos del “ya que estamos donde estamos”.
No pueden los ministros entregar dineros al libre manejo de terceros, facilitar anticipos y no volver a saber de ellos, confiados en el inagotable caudal de los fondos públicos. Ya de antes se decía que habían de manejarse los bienes comunes como lo hiciera un buen padre de familia. Y vaya si los hay honrados y pobres.
Un antiguo colega, de buen vivir y gran mundo, decía a modo de afirmación categórica y alegre que se gobernaba con los amigos. Esto podría decirse en cuanto a la confianza que es necesaria en temas de interés público y en procura de un buen manejo, y sería loable. Pero si de lo que se trata es de favorecerse y de ver llegada su oportunidad cuando a otros les ha tocado la suya y con ventaja, es la peor excusa y el más cínico desempeño de la función pública; es el asalto al erario sin escrúpulos y con matada de ojo, como para decir no somos bobos, eso sí que no. La plata de todos no la siente nadie como suya, parecieran bienes mostrencos, al mejor captor, como quien dice, al que primero se aproveche de ellos. ¿Existe en la nómina pública el monje austero que cuenta y recuenta los dineros del arca y vuelve a cerrarla con llave resguardada, quedándole el sabor límpido de la buena conciencia? No, aunque todavía los hay por ahí, contadores públicos envejecidos en la honradez, el calzado empolvado, el forro de su chaqueta descosido y el paño del viejo vestido brillante por el uso en sillas y escritorios de contabilidad, donde los balances han de ser exactos.
Es cierto que los negocios estatales son infinitos y resulta difícil controlar a los mandos medios, así como responder por la probidad de todo el mundo. Pero ello no libera de responsabilidad a los superiores que no han de estar viajando ni asistiendo a actos de honor en los que se desperdicia el tiempo debido al trabajo y a la inspección necesaria de sus súbditos.
No es sólo triste ni es sólo deshonroso lo que está pasando en los despachos de la Casa de Nariño, es de una gravedad inusitada y está sirviendo en bandeja elementos que van a justificar otras falencias, las que han pasado y las que pueden llegar en un gobierno de odios y reivindicaciones.