Lo saben algunos amigos (y mis lectores, que son casi los mismos) que de tiempo atrás me ha parecido que las encuestas estorban y anticipan indebidamente los resultados democráticos. Es claro que simplifican, ahorran tiempo y dinero, sacan de juego a ilusos e insensatos, pero desgraciadamente también a quienes aún no son populares y de este modo no llegarán a serlo. Los encuestadores terminan diciéndole al elector: mire, estos son, escoja usted.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
La primera consecuencia de presentar al público los resultados anticipados, casi siempre por la sonoridad de los nombres y no de las propuestas, es la de sacar del juego a quien no es conocido masivamente, siendo valioso, pues su figuración precaria no le permite participar.
Es el caso de Alejandro Gaviria, excelente candidato académico, pero a quien la masa electoral no conoce. Fue el caso de Galán, en sus comienzos. Si no hubiesen mediado varias campañas, muchos carteles de impacto y mucho activismo propio y ajeno, no hubiese estado a las puertas del poder, que se le abrieron tan francamente como las de la muerte, en este país donde no matamos presidentes al modo de Estados Unidos, pero sí candidatos.
Un hombre como Alejandro Gaviria, no siendo tribuno de plaza pública, tendría que ser promovido tempranamente, y va siendo tarde, por otros más dados al ajetreo mediático. Muy otra era la época en que se escogía el candidato en salones aristocráticos y no hago esta mención como una diatriba de clase.
La aristocracia, la de Platón, era una de las alternativas que el filósofo planteaba para el gobierno de los pueblos; con el sentido de la palabra aristos, el mejor. Otra cosa es que eso degenere en plutocracia y oligocracia, del mismo origen platónico. Con preferencia, de todos modos, por la democracia, quiero decir que era esa la época en que un eminente desconocido podía acceder al poder.
Se me ocurre que el bipartidismo de entonces hacía que los directorios o jefes consagrados les transmitieran a los nominados el aval de la popularidad.
Los partidos de hoy son los nombres propios de los candidatos. Se conocen a la ligera sus tendencias, pero no a fondo sus propuestas. Es que estas no mueven, diría que nunca han movido, en razón a que a los políticos no se les cree porque, una vez posesionados, hacen otra cosa distinta de lo propuesto.
Aparte de Gustavo Petro, conocido por sus antecedentes guerrilleros y su desempeño como alcalde, más una sonora candidatura, comienzan a lanzarse otros también conocidos como Enrique Peñalosa, que aglutinaría a un populoso centro derecha y a una clase media asustada por el caos que se ve venir. Hay otros a quienes aún les falta resonar, sobre todo en el llamado país nacional. Algunos se presentan en grupo (el de La Esperanza, por ejemplo), cuya escogencia final deberá apelar a alguna encuesta interna.