Es necesario hacerse esta pregunta, así falten seis o siete meses para las elecciones presidenciales. ¿Por qué? Sencillamente porque no de todos los que aspiran puede decirse que garantizarán la sucesión en el poder, de conformidad con los acuerdos fundamentales: elecciones libres, escrutinios legítimos y entrega de las llaves al sucesor.
Es de tramposos avezados y de jugadores ingenuos participar por igual en un juego aun sabiendo que, de ganar, los primeros no van respetar las reglas. Y es que no todo el mundo es un Alberto Lleras ( “terso, helado ”, como lo llamó en la antigua Semana Juan Lozano; me lo imagino a bordo de aquel Fordcito Tres Patadas rumbo a su casa de Chía, cuando joven ); presidente a los 39 años –todavía muy joven–, desatendió cualquier clase de marrullas que permitieran a su partido permanecer en el poder. Ya se sabe cómo Lleras entregó el gobierno y fue acusado siempre de la caída de su colectividad el año 46.
¿A qué está jugando el país en las próximas elecciones y a riesgo de qué? ¿Cree alguien que Petro presidente le entregaría el mando, digamos, a un Alejandro Gaviria, si este hubiera sido derrotado y quisiera insistir en el 26? No, lo que la nación se apresta a elegir es entre un presidente para cuatro años y otro que habrá sido elegido ad infinitum. No nos engañemos, las cosas son así.
Ni por juramentos que hagan, habrá de creerse en los socialistas del XXI ni en general en revolucionarios de todos los tiempos, pues si han librado una guerra a muerte contra un estado de cosas, o sea, contra una Constitución, no es de creer que se ajustarán a aquello contra lo cual han luchado. Los revolucionarios o quienes lo han sido sólo creen en sus propios principios y en su propia ley, que es exactamente lo contrario a un Estado de derecho, ajeno a todo voluntarismo.
Fue de gran cinismo, y todos lo recordamos, cuando Hugo Chávez Frías levantó solemnemente su mano frente al presidente legítimo, Rafael Caldera, la siniestra sobre la Carta Política, y pronunció la memorable frase que entrañaba el perjurio: “Juro sobre esta moribunda Constitución”. Lo que juraba era deshacerse de ella y fue así como fabricó su propia ley, a la manera de los dictadores de todos los tiempos. Lo vimos mostrando un reglamento mínimo y, por supuesto, de bolsillo.
No debería aceptarse como algo normal que un candidato formule propuestas de cambio para una ejecución prolongada, con implícita permanencia en el poder, un llamado Pacto Histórico con asentamiento en el gobierno. Lo que por ahora es una propuesta retórica, observadores públicos ya ven en ello una amenaza de que se avecina un dictador.
El peligro, como se sabe, es el de una elección en primera vuelta, pues de llegarse a una segunda, las fuerzas de centro conseguirán unirse en contra del totalitarismo.