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Extorsión y desorden

Lorenzo Madrigal
18 de septiembre de 2023 - 02:05 a. m.

¿En qué momento perdimos la fe?, la fe en Jesucristo, en Mahoma, en Buda o en Confucio, qué sé yo, sin menospreciar confesión alguna, pero antes de vestirnos con ropaje religioso, la pregunta sería en qué momento se nos acabó el respeto por nosotros mismos y por nuestros semejantes.

Uno de estos seres que somos sale cualquier día a la calle, en alguno de los conglomerados sociales, a buscarse el pan de cada día, dentro de lo que con optimismo se ha dado en llamar “un emprendimiento”, y es asaltado desde su primer proyecto. Acaso no empata esto con uno de los relatos más remotos de la memoria bíblica, según el cual uno de dos hermanos, en un mundo recién creado, acribilla al otro por la envidia que le despierta su producto. Caín se llama el uno, Abel el otro, primeras líneas de la maldad y de la honradez en la historia del hombre que, en el pensamiento de “algún Schopenhauer”, fue erróneamente creado; quiso decir que salió con un defecto de fábrica y no debiera repetirse, no el defecto sino el ser humano mismo. Vaya.

Extorsión y desorden
Foto: Héctor Osuna

Pero sigamos existiendo, no sabemos bien por qué ni para qué y mucho menos hasta cuándo ( “Ser y no saber nada”, decía Rubén Darío ), pero en términos locales, vayamos a la cuestión de por qué y cuándo se acabó la policía en nuestras deshumanizadas ciudades. Cuando al alcalde Mockus se le ocurrió acabar con los policías azules, con botas de alto coturno, tales que cada cual parecía un general de la República, porque eran corruptos. Y vaya si lo eran algunos de ese estilo y calaña, pero no todos y lo peor fue la falta de reemplazo. Desde entonces la circulación quedó desmantelada, el desorden cundió y el trancón hizo de las suyas.

Muchos creímos en Claudia López; pensamos que mujer tan brava llamaría al orden a sus funcionarios y a los amantes de la revuelta (hoy candidatos de primera línea), y estos bajarían la cerviz ante la autoridad. El día en que cayó el Monumento a los Héroes en la autopista bogotana, volteado Bolívar (Simón), su pequeño equino, las frases de batallones epopéyicos rodando por el suelo, ese nefasto día o tarde Claudia había entregado su espíritu de rebeldía; una flor esponjada, como los girasoles del jardín, dobló su tallo. Murió toda autoridad en la ciudad, a fuer de no perder poder popular que sin embargo la alcaldesa perdió.

Hoy, asunto nacional, la fuerza pública, por desgracia reo ella misma de iniquidades en número ilimitado, a merced de espantoso juego de cifras, ha sido también desmantelada. Altos oficiales destituidos y el comandante en jefe despectivo con su tropa, formada para el juramento, sometida a un jefe civil de gran prestigio, pero sin dotes de mando, obligada a venerar la espada libertadora o una parecida, a la que se le atribuye un mayor mérito por ser robada que por ser heroica. El país, en franco desorden.

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