Muchos esperaron (en esto fuimos escépticos), como fecha consagrada, el 28 de julio pasado, en que habría de definirse la suerte del gobierno dictatorial de Nicolás Maduro, sometido a prueba electoral.
Es parecido a cuantos creen en Colombia, o lo creyeron y ya están más que decepcionados, que el acercarse de un gobierno socialista era una mera alternativa de poder, más aún, que podría jugarse a una civilizada colaboración moderada o, como alguien dijo, que era como acercarse a la boca del volcán para mejor controlarlo.
Fueron saliendo, muy en fila india, unos y otros técnicos ilustres, economistas y encumbrados profesores, después de haber sido llamados a la colaboración con el actual gobierno, despedidos muy pronto y no de buena manera. Siempre el deseo de participar del gobierno tienta y seduce, de tal modo que nuevamente ensaya el veterano político, don Juan Fernando Cristo, de la entraña oficialista.
Ahora no creamos mucho en la fecha del 2026, meta dorada que permitirá sustituir al actual presidente por otro hombre de gobierno, francamente alternativo, quien recuperará al país y a su economía y volveremos a ser lo que fuimos, bien que mal, en franca recuperación convaleciente. Ya hay candidatos, por el lado de la restauración y por el de la continuidad por otro, si no es por el mismo, según fanáticos del actual mandatario que le cantan al oído el melodioso susurro de la reelección. Dirán los afiebrados que si otros pudieron hacerlo viniendo de sofisticados clanes oficiales, cuánto mejor pueden quedarse en el poder políticos de la escuela socialista y procomunista, acostumbrados a ello.
Son dizque los demócratas. Recuerdo los años dorados donde la llamada Alemania Democrática era la autocrática y comunista, y la llamada Alemania Federal era la verdaderamente democrática, producto de elección libre y ámbito de libertades.
Democracia, ¡bah!, sonoro nombre pero, si nos atenemos al mal uso que le dan los modernos (extraído de La República de Platón ), es una ficción que fabrican los actuales regímenes socialistas, llamando a elecciones libres, con asistencia de algunos entes respetables: ONU, Centro Carter y otros, si fue que aceptaron ser llamados al engaño. Se ha visto en la comprobación reciente de Venezuela. Qué pesar grande por este país, más cercano ahora a la plutocracia y, no se diga, a la tiranía, que, si vamos a ver, es también una categoría platónica, no, por supuesto, deseable.
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Qué irrespeto a la Misión Carter. Su presencia en Venezuela, así como acreditaría el resultado electoral, su desautorización categórica confirma la diferencia enorme que mostraban las encuestas y la evidencia manifiesta del “demos” platónico (el pueblo, pues) en las plazas públicas. Carter, y lo que de él venga, es respetable.