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Fantasmas que todavía no asustan


Lorenzo Madrigal

28 de octubre de 2024 - 12:05 a. m.

En un mes de sombras y telarañas, mes de brujas, comienzan a entreverse los sucesores de este raro gobierno. No ha sido como han sido los otros, este no se hace reconocer ni siquiera por su traje decoroso o sus respetos protocolarios. A la fuerza pública se la obliga a no actuar, se demeritan los ingresos públicos y da la impresión de que se habla para un mundo indescifrable o para las estrellas en un viaje astral.

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Estamos en que no sabemos para dónde vamos ni de dónde venimos. Ni que lo dijera Rubén Darío, refiriéndose al insondable sentido de la vida, sino que hay quienes no saben a qué atenerse sobre hechos tan comunes como si habrá o no elecciones en el 2026, si el actual presidente se la jugará a reelegirse o si el país ya está “maduro” para que debamos temer las hazañas del absolutismo venezolano.

Pero juguemos, porque lo más divertido de la política es el juego de las precandidaturas y candidaturas presidenciales. La tradición ha sido que desde el segundo año de gobierno ya está definido el sucesor o quien pretende serlo, cuando el que acaba de posesionarse apenas está abriendo papeles en su escritorio. Pintando las cosas como si esto hubiera sido alguna vez una arcadia feliz.

Foto: Lorenzo Madrigal

Ya mencioné en columna pasada al lustroso embajador en Londres, amonestado en seguida por el canciller Murillo, él mismo presidenciable (“que no ha debido venir a hacer política en el Congreso”, le dijo y así de seria debió ser la cosa, ¡qué bien!, pero divertido).

Para Roy Barreras es punto de quiebre no pertenecer desde un comienzo al Pacto Histórico, sino ser un advenedizo, aunque de gran eficacia. Además, el hecho de no ser manejable podría resultarle a Petro convertido en el gran señor que ahora es, un caso parecido al de Juan Manuel Santos con Uribe. Otros u otras sí lo son dentro del oficialismo reinante. Está la senadora Pizarro, por ejemplo, descendiente ella de comandantes, o, no se diga, doña Laura, dentro de este mundo loco de no saber para dónde vamos. Se trata, una más vez, de movimiento con un solo jefe, un líder dominante o epónimo.

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Con aparente éxito, aunque bien sé que eso depende de las garantías que el Gobierno otorgue (que son inciertas), ha formalizado Miguel Uribe Turbay su precandidatura que parte del uribismo y puede, en un momento de impetuoso arrastre, convertirse en un reforzado antipetrismo. Claro está que, en este caso muy especialmente, se requeriría que las ambiciones repartidas e insaciables de muchos lados reconozcan la fuerza popular de un émulo con simpatía y juventud, que suele ser insuperable. Aunque es el pueblo en las urnas el que decide, sin apartarnos del más alto grado y sentido de la democracia, siguen siendo factores finales del poder algunos jefes, cuya moderación o acaso resignación puede cobijar a dos o más fuerzas coaligadas.

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