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¡Mi madre! Otra carta de Leyva. ¡Aténganse!, ¡Léanla! Es larga, es complicada, pero no es de cualquier persona; es originaria de nadie menos que de quien ha ocupado la Cancillería de la República.
No está mintiendo, sólo que le ha dado por contar ahora lo que viene sabiendo y resistiendo. Son cosas de viejo político, hijo de su padre, que sabe en qué momento es oportuno y cuándo no lo es revelar una desastrosa verdad. Ligado a una causa de izquierda, cree que les ha llegado una gloriosa hora, entonces, a no hacer daño. Enfrentados a múltiples errores, corrupción a rodos, fracaso visible, inconformidad popular, muchos salen y muchos se apartan. Es, pues, hora de verdades reveladas, la de quienes huyen del contagio como de una epidemia política.

Leyva está viejo, bueno, está mayor. No me comparo, mucho menos me igualo, pero también estoy mayor y le gano, y a esta edad no se dicen mentiras, y mucho menos si no se ha acostumbrado a decirlas. Y no es que diga que Leyva las haya dicho, por el contrario, se ha arriesgado mucho en esos avatares del ocultamiento, manejando claves y llaves, Leyva es un pozo de conocimientos. Dios lo cuide; al Estado se lo encomiendo.
En el desespero de las cosas, viendo que esto se vino abajo, produce un fresco ver renovarse las posibilidades de un mundo mejor, oír que suenan por ahí nombres distintos, algunos nuevos, otros queriendo avanzar en un camino ya iniciado. Claudia López cree estar en turno para la presidencia, saltando los difíciles obstáculos que se le han venido presentando: mujer presidenta, nuevo papa, ejercicio no del todo exitoso en la alta burocracia, temperamento regañón, que sería continuador del actual presidente; imaginemos cómo sería el estremecimiento al ver en la tele el anuncio de “Presidencia de la República”, acompañado del himno nacional, y a continuación la presencia de un presidente (en este caso, presidenta), revestido(a) de autoridad insoportable, dizque en beneficio del pueblo. ¡Qué falta nos hace un Belisario Betancur!
Si les alcanzan las firmas, hay otros como el suave David Luna, tan decente y bien vestido, es que al pueblo hay que respetarlo y así lo hacía Gaitán y yo lo vi con estos ojos de viaje al infinito. Y no se diga Juan Daniel Oviedo, tan genuino y con cabellera natural.
Quizás tengamos oportunidad de comentar, así, deshilvanadamente, sobre los muchos otros que por nominación partidista o igualmente por firmas apócrifas vayan saltando a la palestra de las candidaturas. El plato está servido para los magníficos Miguel Uribe Turbay (recuerdo que yo apoyé sin titubeos a Julio César, no después en su estatuto y aún simpatizo con la memoria del muy civilista Turbay Avinader); y seguiría con otros magníficos, como Juan Manuel Galán y Sergio Fajardo, el más y mejor “ranqueado” por su eterna juventud.
Nota del editor: Esta columna fue escrita y recibida antes del atentado contra Miguel Uribe Turbay.
