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Identidad gremial

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Lorenzo Madrigal
27 de julio de 2020 - 05:01 a. m.
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No otra explicación puede tener la rara cercanía entre el expresidente y senador Álvaro Uribe con la recién nombrada segunda vicepresidenta del Senado, doña Sandra (o Griselda) Ramírez.

Cuando no dejábamos de sorprendernos por la vitalidad política tan obstinada del expresidente de llegar al Senado después de haber ocupado la primera magistratura del país, nos pellizcó la curiosidad por el encuentro de franca simpatía entre el obstinado y la senadora de la antigua guerrilla, en franca paz, doña Sandra. No recuerdo qué cruce de maticas y de floridos homenajes registraron las cámaras.

No nos sorprendamos de la comunión de identidad que se contrae entre humanos de un sector específico. Espíritu de cuerpo suele llamarse, y es aquel, para dar un ejemplo, por el cual se repudia la justicia militar, o por lo que se subentiende que los gobiernistas defiendan al gobierno, o los maestros a su gremio, o los eclesiásticos a su clerecía. Sin duda, en las corporaciones públicas quienes se encuentran a diario, reciben el mismo salario, tienen iguales privilegios y padecen parecidas diatribas acaban identificándose, aun por encima de las discrepancias políticas.

Además, en este caso, la simpatía hombre-mujer funciona y debe ser dulce la señora Griselda para haber cautivado a Tirofijo, quien en su vejez tampoco inspiraba la ferocidad de otros de sus pares. Uribe, por su parte, tiene aquello de encantar con diminutivos cariñosos, cuando el altivo personaje desciende al gesto paternalista. En una ocasión en que algunos se lanzaban a estrechar su mano y yo no lo hice, a la pregunta de por qué no saludaba al presidente, sólo pude decir: porque no lo conozco.

Volviendo a lo mismo, dentro de lo que es un proceso de paz, al cual una mayoría se opuso como proceso, no como paz, es consecuente que la senadora del partido que se conformó tras los acuerdos (que tuvieron un anticipado e intencionado apoyo internacional) haya escalado ese peldaño, no muy alto, pero seguramente de alcances administrativos y políticos en la dirección de los debates. Un paso dado al realismo político.

Tanto ella en su ascenso, con propósitos ahora democráticos (a la gente hay que creerle lo que dice), como el propio mandamás político han entendido la coexistencia pacífica, que en alguna forma es lo del momento. Hay que leer a Humberto de la Calle, cuando aún procura la resurrección política y lanza claros mensajes al extremo opuesto. Vivir para ver, diría López Michelsen.

Total, si algo se hizo mal, queda mal hecho. Muchos no entenderán cómo presidente y cortes pasaron por encima de férreos preceptos constitucionales. Falta que comisiones de la verdad no acaben de acomodarlo todo, pues si las cosas han de aceptarse por legalidad ya establecida, al menos quedaría para los libros el salvamento de la historia.

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