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La dignidad presidencial

Lorenzo Madrigal

31 de marzo de 2025 - 12:05 a. m.

Los seres humanos, tan iguales, tienden necesariamente a diferenciarse, están prestos a reconocer al que asciende, lo que en colectividades se traduce en un líder (lideresa), un conductor o una conductora de pueblos.

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Pero, a ver, al líder tenemos que vestirlo, así sea para distinguirlo de los demás o, si se quiere, que vaya desnudo como en el cuento del niño, único que veía al rey y por ello lo reconocía. Con las mejores galas pintaron los célebres artistas del reino a los príncipes y monarcas. Una anécdota cuento –no por decir que alguna vez estuve en el Museo del Prado–, pero recuerdo la reacción que tuve al verme frente a un cuadro inmenso, algo así como de Carlos I de España y V de Alemania, que fue la de una estrepitosa risa nerviosa. Aquello ya era demasiado.

Foto: Lorenzo Madrigal

Pero volvamos, es que me asombro demasiado de lo que realmente asombra. Lo que quiero decir es que un presidente, sin duda un hombre eminente, ha de deslumbrarnos. También puede ser por su sencillez, pero vamos, es necesario que la elegancia esté presente, al menos en sus modales, en su vocabulario y aun en la forma denigrante como quiere referirse a sus obsesivos enemigos (Duque, por ejemplo, quien a los dos años y medio de gobierno de Petro, sigue siendo arrastrado en su carro de auriga victorioso o tomado como rey de burlas en consejos de ministros de obligada y abusiva repetición).

El estilo de este presidente es el de una sobradez más que fastidiosa, para quien es aburrida la Casa de Nariño, súper leída y familiar la obra de García Márquez y ostentoso el exhibicionismo de los consejos de ministros “al aire libre”. En estos, si alguno, muy osado, toma la palabra, es interrumpido a cada momento por el patrón absoluto, dueño y señor de lo creado, mostrándose a todas luces un evidente culto a la personalidad, propio de estos regímenes de origen revoltoso y corte socialista.

¿Para dónde vamos? Está claro que nos aproximamos a una gran confusión del tipo revolucionario como en el que veníamos a partir del 70, llegado el momento en que se agitan, ya sin pudor alguno, las banderas con armas que hoy son legítimas. En sus telas y en sus hombres, para los días que corren, dueños de todos los negocios del Estado.

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Viene de Antioquia, para mí en un largo trasnocho, una clarísima explicación abogadil sobre el trajinado tema de la consulta, por boca de gente que lo conoce, que sabe de su dificultad para llevarlo a la práctica. No es, por supuesto, tesis jurídica, pero queda martillando en la mente que el poder no se entrega, no lo devuelven, arrebatado como fue de malas maneras que no acaban de esclarecerse. Falta que el inspirado orador nos salga cualquier día de estos con que “jugó su corazón al azar y lo ganó la violencia”.

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