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La enfermedad

Lorenzo Madrigal
10 de octubre de 2022 - 05:30 a. m.

La enfermedad llega inopinadamente, sin avisar, cumpliendo una misión natural de llenarnos de paciencia durante la vida y, de ser fatal, para poner fin al calculado límite de la existencia humana. Nuestros antepasados están muertos, cómo no, muy pocos por accidente, sencillamente caducadas sus reservas físicas que los llenaron de orgullo y de vanidad en sus años mozos.

En la vida pública y política nos impresiona de manera especial que mueran los inmortales. Del respirar, del brillo delicadísimo de los ojos y de una piel vital y húmeda que vemos, se pasa al bronce monocromo y gélido. Lo he dicho ya, que llevo la cuenta de cuántos bronces he saludado en vida.

Murieron por accidente (vaya) Jorge Eliécer Gaitán —a quien saludé de niño—, Luis Carlos Galán y Rodrigo Lara, y he visto su configuración en hierro, en algunos casos afortunada. No pretendieron pasar a la historia, pero la historia vio que eran suyos: Gaitán sabía que iba a conmocionar al país; Galán, me lo dijo, no quería ser mártir; Lara, en la angustia de su muerte anunciada, no pensó que daría nombre a la avenida por donde iba esa noche de abril. Jaime Garzón se nos murió a todos: “Nos lo mataron”, me dijo su hermana esa madrugada de agosto.

Enfermos, todos los demás. Enrique Olaya, el gran presidente, murió en Roma por una disfunción gástrica, cuando ya se anunciaba su precandidatura a la reelección del 38. Otros, muy importantes, fueron muriendo de viejos. Me dolió la puerta por donde salió el cuerpo inerte de quien fuera para este colegial del San Ignacio de Medellín el gran Ospina Pérez, sobre la calle 49, puerta trasera de la clínica Marly en Bogotá.

La enfermedad
Foto: Héctor Osuna

Enfermos súbitos también han sido varios. Horacio Serpa desmayó en el Capitolio por lipotimia; igual, como hace pocos días, el exprecandidato Humberto de la Calle, auxiliado de inmediato por el hombre del régimen Roy Barreras, médico reconocido y, a su vez, revelador del propio mal que lo aqueja, no cualquier molestia, sino cáncer en vías digestivas. Lo hizo con la frescura y seriedad de los médicos: ellos no dicen padeció, sino “hizo cáncer” o solamente CA. Y la superenfermedad del COVID, a cuántos jesuitas no se llevó. A propósito, ha muerto ahora Carlos Eduardo Vasco, notable matemático y hombre de ciencia.

El actual presidente y el anterior acusaron la grave enfermedad que da susto mencionar y lo hicieron conocer el uno desde la Fundación Santa Fe en Bogotá y el otro desde Cuba, aunque de este último no supimos más, dentro del silencio comunista. Ya antes el actual mandatario, entonces alcalde metropolitano, había sido visto con una gorra con visera sobre el rostro, para cubrir alguna cirugía craneal, resultado, según se dijo y no es de creer, de un porrazo con perol, como los de ahora renovados en Casa de Nariño y de Huéspedes.

Que lo de Roy no sea grave.

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