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La Plaza de Bolívar

Lorenzo Madrigal
06 de mayo de 2024 - 09:05 a. m.

Si queríamos saber de un hombre en su furia más acalorada, en su peor momento de descontrol, bastó con ver al presidente Gustavo Petro en su discurso de la Plaza de Bolívar. Lo escuché y lo vi, entre un grupo de amigos que me atemperaron la tarde.

Su plaza también estuvo llena. Esta vez hubo carpas o tarimas que se pelearon los organizadores, entre los dueños del evento tradicional de la fecha, las centrales obreras y demás organizaciones, jalones de tropa puestas al servicio de la causa. Con lo que no contaron los manifestantes de abril 21, quienes conformaron un solo cuerpo solidario entre disímiles. No digamos que una turbamulta pudo más que la otra, lo que sería infantil. Fueron sendas manifestaciones del sentir popular, por desventura en que se halla dividida, pero partida en dos y por mitad, la sociedad colombiana, tras el corte de cizalla que trazó el odio de clases.

La Plaza de Bolívar
Foto: Lorenzo Madrigal

Sitio de autoridad y de gobierno en que se ha convertido la Plaza de Bolívar, aplanada por el arquitecto Martínez Sanabria, allá en los años sesenta. En ella se posesionó, el primero, Belisario Betancur, También Iván Duque, en singular ventisca, y últimamente Gustavo Petro. Cómo negar que este último, guerrillero que fue, “levanta “y no esconde” su vieja bandera del M-19. Allí, en esa plaza, fue arropado con la condecoración presidencial por la hija del llamado y casi querido “comandante papito”, así como abrazado por el muy volátil, Roy Barreras, hoy embajador ante Carlos III.

Todo esto sirva para recabar en la importancia que ha adquirido ese histórico lugar. Allí ha proferido sus proclamas calenturientas el actual mandatario, otorgándoles por el sitio y la ocasión no poca validez. Allí se rompen relaciones con el bienamado pueblo de Israel (hoy en desatinado conflicto); allí se desbanca, así no lo entiendan, a los ministros de Justicia y del Derecho y al propio, moderado, del Interior. Dejándose en remojo a la inamovible Laura, de las preferencias burocráticas del dictador.

He usado la palabra dictador. Ya se la ha ganado en franca lid nuestro actual gobernante. Su arrogancia y displicencia, su hacerse esperar como el “precedi” (ser precedido) de Cicerón, le granjean el título cuando los más altos funcionarios (de altura física) tipo Leyva, Velázquez o Velasco, inclinan la cerviz para escuchar sus órdenes cargadas de ira. “Déspota de izquierda” lo llamó quien hoy vuelve a ocupar una alta posición oficial.

Estamos a un paso de hallarnos frente a un gobierno de facto. Sospecho que esto no lo niegan juristas de la más alta categoría, que abundan en el país. No es que haya echado ya al ministro de Justicia y del Derecho, pero si no se ha ido, es que no ha entendido el lenguaje que hoy se utiliza para despedir a un amigo de un puesto público y en el más estrepitoso lugar: la Plaza de Bolívar.

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