Toda acción pública, y aún privada, se inscribe en una política. Aunque
las intenciones más nobles debieran prevalecer, ahí está,
inficionándolo todo, la política. Ya lo decía Álvaro Gómez, quien, a
cambio de retirarse, afirmaba que la política había que hacerla,
porque, de lo contrario, se la hacían a uno.
Ocurre en el caso de las salvaciones humanitarias. Colombia, el mundo entero, está impactado con las pruebas que han traído de la selva a la ciudad el tremendo drama de los secuestrados. Cunde el clamor por la salvación y rescate de las víctimas. No precisamente un rescate violento, porque se demostró que conduce al asesinato del rehén.
Que esto es un asunto solamente humanitario, que se debe salvar a estas personas torturadas, sin otra consideración. Aparece, no obstante, como el diablo en la célebre película de Gibson, el rostro ineludible y oscuro de la política.
El mundo vio cómo el presidente Chávez capitalizó una urgencia colombiana: la de liberar a sus nacionales. Le falló un primer operativo, preparado con esmero, con presencia del cine y delegaciones amigas, en que el hombre del poder supremo, el Supremo, besaría a un niño, salvado de sus abusivos guardianes. No importa que estos guardianes (de la guardería “El Secuestro Infantil”) resultaran a la postre confabulados con el rescatista.
El niño les hizo una diablura. Pero el expansionista de nuevo incursionó en nuestro territorio, con lógicos permisos, en misión humanitaria, no cabe duda, y con el aura de hombre poseedor de un gran corazón que inspira sus actos. Y no se descarta que ese corazón sea realmente compasivo, pese a la grosera estampa que ha mostrado su sarta de insultos a Colombia. Pero en ese pecho late, por sobre todo, la política.
Las propias liberadas se han encontrado en situación incómoda. Perplejas, debieron agradecer a los dos gobiernos, al que liberó y al que no puso obstáculos a la incursión en su territorio, pese a que éstos se encuentran enfrentados en un insólito episodio político y personal.
Es así como lo que no podía estar mezclado con veleidades partidarias, volvió importantes ciertos gestos intrascendentes. Que una de las liberadas llegara al país en avión venezolano, por ejemplo; y que la otra, más avisada, regresara a sus lares en nave colombiana. A ambas las veo jugando un papel activo en el inmediato futuro: Consuelo en la libertad de sus compañeros cautivos; Clara, sin duda, en la política nacional. Ni siquiera en el exterior abandona a la ex secuestrada el enredo de quién la acoge, si es un gobierno socialista o si asiste a un foro de víctimas con personajes de la derecha.
Se anuncian otras liberaciones. El dictador venezolano tiene en su manga las que quiera, pues se palpa su claro ascendiente entre los que han robado vidas y haciendas. Lanza la ofensiva sobre el tema de la beligerancia en favor de esos grupos violentos, que cumplen, según dice, ideales bolivarianos y quiere comprometer a su cerco de países amigos. Qué es todo esto, sino política. ¿Política humanitaria? Sonaría bien, pero más parece humanitarismo político.