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La sensatez de uno

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Lorenzo Madrigal
17 de enero de 2022 - 05:30 a. m.
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El retiro de Juan Carlos Echeverry de la contienda presidencial es el gesto que lo hace notable entre los que se han autoproclamado para este ejercicio electoral. Como la vida cambió sustancialmente, antes ocurría todo lo contrario: quien aspiraba, in pectore, solía decir: No, no, no, yo no sirvo para eso, hasta llegarse al caso insólito de Víctor Renán de exponer su más imbatible razón: ¡Yo con qué ropa!

Muchas calidades seguramente respaldaban la posibilidad de que este hombre de Estado ocupara el Palacio de Nariño, que curiosamente vendría a ser, en este caso, el Palacio Echeverry. Pero a él lo atajó su escasa figuración (hoy en día hay que ser conocido ampliamente en la vida nacional. Sus cálculos eran de un solo 20 % y, con esfuerzo, de un 40 %) más sus finanzas personales, que no alcanzaban para lo que aún faltaba de jornada, cuando lo que seguía era comprometer su patrimonio familiar y tampoco. Su retiro en este sentido le da una nota de respetabilidad a su decisión y destaca entre quienes llegan a los puestos públicos a firmar contratos y ven en ellos una fuente de resarcimiento de gastos previos, esto es, de los que habría ocasionado la campaña.

Incidente desafortunado, menos mal que visto con hilaridad, fue la caída de la silla que sufrió el precandidato, sin consecuencias que lamentar, salvo la imagen derrotista para quien apenas se daba a conocer. Observadores públicos descubrieron también que otros precandidatos podían reír a carcajadas, incompasivamente, dígase de Peñalosa y Fico Gutiérrez, y que el conservador David Barguil podía emitir balidos como de pieza de cacería atrapada.

La sensatez de uno

Pero el hecho de renunciar, en este caso no a la Presidencia sino a la figuración, es algo que ya es hora de que empiece a dar ejemplo; muy simpáticas las coaliciones, de la Esperanza, del equipo de no sé qué, pero a esta hora estorban. Deben irse otros o se va el país a pique. Ni Dilian Francisca, ni uno de los dos Alejandros, ni Fico, ni —¡Dios mío!— Óscar Iván están en juego ya, ni otros. Cada cual elimina a los que no quiere, mientras ellos mismos se eliminan; este proceso de muchos aptos y de no pocos ineptos nos tiene la cabeza a reventar. Se necesita uno, uno, el de mayor aceptación pública, y que sirvan para algo las encuestas ya que son inevitables.

Se cometerán posiblemente injusticias, hombres con conocimientos, edad en límite, formación en democracia, como Robledo, quien estaría por una izquierda moderada, con libertades públicas y sin constricción policial, pero sin aparentes posibilidades electorales, quien debería ya ceder a sus pretensiones, cuando hay que evitar que el país brinque al desorden, a acabar con todo y a entregarse a las potencias orientales en esta joya geográfica entre dos mares, antes de que sigamos regalándonos por vanidades personales.

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