Era de esperarse que tratándose de un país inundado en coca, en cuanto siembra, producción y “exportación”, su presidente asumiera con toda propiedad el tema en la Asamblea de Naciones Unidas. Queda así comprobado que somos lo que parecemos ser y por lo que se nos tiene en el universo mundo (giro idiomático de Loyola, que me encanta ).
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Sensacional discurso, sin necesidad de estar de acuerdo con él, sino que lo ha sido por la reacción mediática inmediata que ha tenido y por la inclinación a apoyar su contenido por parte de los que faltaban por adherir al mandatario, carta ganadora del comunismo internacional. Nadie en la ONU, a nombre de Colombia, desde el agobiante paredón verde-mármol, había llamado la atención de esta manera, pese a que el salón de sesiones queda abandonado cuando el discursante es de un país del tercer mundo.
No voy al fondo, porque me hundo. Eso queda dicho ya por grandes columnistas o por algunos muy simpáticos como el maravilloso Poncho Rentería, en gran síntesis. Yo sólo quiero anotar el desorden mental del orador, el tono de plaza pública y el énfasis repartido para todas las frases y por ende para ninguna.
Si hubiese dicho tres o cuatro cosas, resumidas y enfáticas, su efecto oratorio pesaría aún más. El sartal desaforado, sin distingos, acusando a su propia audiencia, a la que el buen orador ha de tener como suya, sólo demuestra gran arrogancia, acompañada de gestos y un despeluque que no alcanza a ser como el mechón de lana sin cardar del ex primer ministro Johnson, de Reino Unido.
Resumiendo: una cosa dijo y es que la coca es una belleza natural, planta hermosa de atávica costumbre indígena, cierto; otra, que su siembra —tan profusa en el Gobierno Santos y por el Gobierno anterior apenas controlada— no debe combatirse ni a sus cultivadores y distribuidores; una más, que su compra y negocio son asuntos criminales, ambiciosos, crematísticos. O sea, libertad para la coca y un premio —¿esto a qué viene?— a los países productores con la condonación de la deuda externa, que se tiene con ellos. Y son ellos los grandes consumidores, esto es, el país del norte, al que finalmente deja ver el orador como el destinatario de todas las andanadas de su discurso.
Maraña de imprecaciones proferidas en el balcón del mundo para poner fin a la guerra contra la coca, todo en modo discurso, muy al estilo Petro, elogiado como orador y poco reconocido como ejecutor de sus denuncias verbales.
Mientras discurre la ONU y viajan la primera dama y el extenuado ministro de Relaciones a los funerales de la reina —de nunca acabar—, ganaderos agredidos tratan de reivindicar derechos en los campos colombianos y los propietarios de algún terruño o de grandes extensiones se encuentran amenazados, así como las industrias que apuntalan hoy por hoy la economía del país.