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Lo que el viento se llevó

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Lorenzo Madrigal
03 de agosto de 2020 - 05:01 a. m.
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En el reloj del oficial que sostenía el paraguas del orador, en batalla contra el viento, se leían las cuatro en punto de la tarde. Peroraba el presidente del Congreso, en el furor de la victoria obtenida, que culminaba con esta posesión como presidente de la República de Iván Duque Márquez. De esto hace dos años, hoy a pocos días de cumplirse.

El páramo de Cruz Verde en su fina. Una ventisca, una borrasca, pocas veces experimentada en la plaza de Bolívar de Bogotá, sacudía banderas, volteaba y convertía paraguas en parabólicas, la banda presidencial trastocaba sus colores heráldicos, y sobre la franja azul se empezaba a percibir el goteo de la lluvia, que se sumaba al ventarrón. Muchas damas lamentaron el arreglo de su cabello, tras horas de peluquería, y más de un invitado al aire libre debió padecer el virus bogotano, inclemente y constante, que todavía no se llamaba coronavirus.

Las cámaras siguieron al nuevo presidente hasta el segundo piso del Palacio y nos lo mostraron en mangas de camisa, mientras se cambiaba la chaqueta húmeda y se instalaba otra, volviendo a la vieja costumbre de dejar la condecoración presidencial asomada por debajo del saco.

Terminaba para los triunfadores una dura campaña electoral, segunda victoria consecutiva, siguiente a la desaprobación del plebiscito que convocara el presidente Santos. En tal euforia, el entonces presidente del Congreso, Ernesto Macías Tovar, se zafó del seguro en un cobro político, si se quiere un poco repetitivo, pero legítimo, tal y como podía esperarse.

Dado que todo se venía haciendo mañosamente para disimular los saltos constitucionales, según se decía, en aras de la paz, el logro de la oposición, ese enorme paso en contrario que se daba, debía disimularse. El discurso de Macías fue mal visto, una vez pasados los aplausos de plaza, porque dentro del estilo santista, que era el de uso, había que ganar sin ganar, lo que entendió el propio mandatario quien se inauguró con un discurso de conciliación.

El siguiente desempeño de gobierno ha encontrado toda clase de tropiezos, propios de parte de quienes nunca quisieron reconocer que habían perdido las elecciones dos veces. Nadie ha pensado en continuar la guerra (salvo los mismos negociadores arrepentidos, de regreso al monte, esto es, a Venezuela), pero tampoco el anterior gobierno y quienes siguen alentando sus propósitos se apartan del primer acuerdo de paz, negado enfáticamente por la voluntad popular.

Vino, como se sabe, la tragedia nacional y mundial de la pandemia: muchos propósitos se fueron a pique y la atención viró hacia la salvación de las vidas, todas amenazadas. El nuevo gobierno debió encaminarse hacia el salvamento médico; sin embargo y por los odios alimentados en el inmediato pasado, este esfuerzo ha carecido de reconocimiento, en asombrosa mezquindad.

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