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Los hijos enredan a los padres

Lorenzo Madrigal

19 de marzo de 2023 - 09:05 p. m.

Nadie siente como propias las cosas públicas. Por más que se dice: “Eso es con nuestro dinero”, o aquello de: “Somos los paganinis”, por cualquier estropicio del Estado o gasto infundado. No. Todos sabemos hasta dónde llega lo nuestro y lo decimos con lástima por lo escaso o a veces con orgullo, si nos ha ido bien.

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Esta carencia de apropiación de los bienes sociales termina en la destrucción insensible de los mismos por parte de una población rebelde o en la apropiación de lo que se pone al alcance de tantos amigos de lo ajeno, fortuitamente.

En eso recaba el presidente Petro cuando hace distinción entre sus hijos (que lo son de varios matrimonios): los que se criaron en su cercanía y los que no. A los cercanos los considera respetuosos de lo público. Al joven Nicolás Petro Burgos lo descalificó paladinamente al decir en diálogo con Daniel Coronell: “ A ese no lo crie, es la realidad”. Se lo dijo así no más, como si la negación de un hijo no trascendiera cuando está ante los ojos inquisidores de los organismos de control. Más o menos como Pedro negó a Jesús en los zaguanes judiciales de Caifás.

Estos enredos no eran frecuentes en las familias presidenciales colombianas cuando hasta un segundo matrimonio ya era visto con recelo. Ospina Pérez tuvo a sus hijos en el exterior lo que duró su mandato; don Marco (Marco Fidel Suárez) puso en vilo, por su hijo enfermo fuera de Colombia, la Presidencia de la República; López Pumarejo dejó el poder (cayó del poder) mientras su hijo (“ hijo del Ejecutivo”, según Gaitán) era cuestionado por las acciones Handel. La solidaridad del padre con su hijo es más apreciada en las entretelas sentimentales del público que un desgarre entre ambos por razones políticas.

Foto: Héctor Osuna

Me explico: no que se deban perdonar los errores de familiares en el poder o sus apoderamientos de autoridad, pero, ¡oh, paradoja!, el rompimiento familiar entre esos seres privilegiados, que el mismo pueblo ha exaltado al gobierno y tiene como modelo, le duele a la opinión, así como llora duelos de una película fantasiosa y ajena. Qué débil corazón tenemos.

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¿Qué hacer entonces? Sería la hora del retiro del poder. Aquí entran risas porque eso no va a pasar, por supuesto; no pasa en gobiernos democráticos, mucho menos en socialistas, que ligan fácilmente con el absolutismo. Samper, un demócrata, no renunció, pese a algunos llamados a hacerlo por parte de familiares. La comparación está lejos, pero prefirió el castigo social a un retiro, reconocedor de improvidencias, que a lo mejor lo hubiera hecho grande y creíble.

Y téngase en cuenta lo que ha afirmado el presidente Petro de cuyo dolor familiar no hay que dudar. En su desafortunado momento ante públicas evidencias y enfrentando su propia dureza, a la que se siente obligado, ha dicho: “Sé que me voy a quedar sin familia”.

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