Escribo sobre pronósticos y, así persista un debate jurídico de resistencia, considero que este lunes, a seis días de la elección, Donald Trump es ya uno de los pocos presidentes de los Estados Unidos que no resultaron reelegidos, tras los primeros cuatro años de gobierno.
No podía ser que la Unión Americana, tradicional ejemplo de democracia, la de Jorge Washington, la de Abraham Lincoln, la de los Kennedy, hubiera caído en poder de un déspota, capaz de dejar desamparados niños en la frontera inhóspita, de ver asesinar a ciudadanos por la fuerza pública o decir impunemente que no entregaría el poder, descalificando de antemano las elecciones libres.
Muy débil, en apariencia, se mostró su competidor por el poder, Joe Biden, y algo pasado de calendario para tamaño encargo. Pero bien podría ser visto como símbolo de lo que han sido y deberían seguir siendo los mandatarios de ese país, algo así como un fuerte y grande acorazado de los principios libertarios y de los derechos humanos. Su misma fragilidad es trasunto de hombre fino y no de alguna robustez ordinaria y vikinga. Tampoco son estos los tiempos para un Teddy Roosevelt, asaltante de países. El mismo que llegó a sostener que él —Roosevelt— no había propiciado la rebelión de Panamá y su separación de Colombia y que esto había ocurrido porque simplemente había levantado la bota que le tenía puesta encima para contenerla. Pasó su era, porque todo llega y todo pasa, como decía mi prima que por este mundo pasó, y nosotros aceptamos el pago de la usurpación, como que de nada nos hubiera servido rebelarnos.
No pienso que, salido de escena un hombre fuerte como Trump, se debilite el empeño americano en contra del régimen de Venezuela ni, en general, falte quien enfrente el asedio comunista sobre el Caribe. Ya se sabe que Norteamérica no es un presidente sino un Departamento de Estado. Pero un arbitrario presidente sí que puede conducirla al descrédito entre las naciones y a la pérdida del poder moral, armadura principal contra toda injusticia.
Los que desde aquí han estado a favor o en contra de uno u otro candidato norteamericano ningún mal ni bien han hecho ni hubieran podido hacer. Tampoco ganaron ni perdieron. Nos morimos por tener los favores de un presidente, pero nos ufanamos de no estar sujetos a sus dictámenes. Ojalá nos hagamos respetar siempre como nación, sin dejar de tener amigos, pues no podemos ser un país que por no alinearse esté solo y en confinamiento como en permanente pandemia.
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No es el sistema norteamericano el más ajustado al término “democracia”. No sé si Platón en su República encuentre que un sistema en que el voto ciudadano vale menos que el de un Colegio Electoral delegado encaja en democracia (gobierno del pueblo).