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Preguntas inoportunas

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Lorenzo Madrigal
24 de agosto de 2015 - 01:23 a. m.
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No sé bien cómo se pregunta en un referendo. Recuerdo, más o menos, uno que no le pasó a Uribe por cuestiones de umbral. La tendencia de hoy es la de que finalmente habrá refrendación popular de los acuerdos de La Habana, según lo prometido por el presidente Santos y según el sirirí que le han aplicado al Gobierno algunos programas de televisión, para que no olvide esa promesa.

Como se requiere agilidad —la paz es tan necesaria como urgente— las bancadas oficialistas se las arreglarán para acortar términos, suprimir vueltas y rebajar umbrales, de modo que un referendo pueda pasar olímpico entre el enredijo de trámites y demoras que prevé la Constitución Política.

La frase clave la ha pronunciado quien es adalid de la paz, más que el propio Santos, el negociador Humberto De la Calle: “Cambiar la Constitución no es violarla”. Perfecto. Nadie dice lo contrario. Hugo Chávez, y perdone el delegado de paz si lo menciono a un tiempo con quien fue un dictador democrático, juró sobre “una moribunda Constitución”; y pues sí, juró cumplirla, mientras la cambiaba a su antojo y medida, la que después lucía entre sus dedos, en edición mínima, portátil, manejable.

Siempre he entendido por Estado de Derecho el que se atiene a lo constituido de preferencia con antelación a quien llega a aplicarlo. No que no pueda reformarse, pero cuanto mejor que no interfiera en esa reforma el gobernante, constituido a su vez en legislador y ejecutor de su propia creación normativa.

La paz es necesaria y urgente, repito, y el Congreso de la República se volcará para facilitar una reforma extra rápida que incorpore tanto a las personas dialogantes a la vida civil, como a lo acordado por estas a los códigos republicanos. El mandatario presidente recibirá el regalo en lluvia de muchas facultades que terminarán por convertirlo en un autónomo hacedor de normas, por lo demás pétreas.

Con la idea de aclarar, no de obstaculizar, manifiesto mi inquietud sobre la forma cómo se va a preguntar, lo que por lo general se hace de manera capciosa. Una pregunta como la siguiente, con toda seguridad, no va a hacerse: “¿Vota usted por que se varíe la integración del Congreso con la inclusión, en número que fije el presidente de la República, de los guerrilleros firmantes de la paz, entregando usted algunas curules de su parcialidad política, en proporción y como habrán de hacerlo todos los demás?”

Preguntas esclarecedoras de la pesada realidad a la que obliga la paz, no son oportunas. No se dará la pregunta del ejemplo anterior, ni esa ni otras parecidas. Se formulará muy posiblemente: “¿Quiere usted los beneficios de la paz en lugar de una guerra de 50 años?” O de todos modos la campaña previa, cualquiera sea la redacción que se escoja, colocará al elector en el dilema de votar sí o no, en cuanto amigo o enemigo de la paz.

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