Nadie soñó con esto. Lo que se pensaba para estos mismos días era revuelta, buses quemados, jóvenes heridos, caos. Si no ganaba Petro, una de sus niñas, muy bonitas, presagiaba el desorden. Pero ganó y la derecha o el centroderecha permaneció en la paz de ese día tranquilo de las elecciones presidenciales.
Es así como las cosas se han presentado de otra manera. Petro, presidente electo, ha conversado con un Biden benevolente, en aparente paz con Norteamérica; Maduro, dictador de Venezuela, ya ha hablado con su partner Petro de Colombia, qué armonía; Petro y Duque, los dos presidentes de Colombia, como los dos papas, hablaron de lo que corresponde el día jueves; el país político, encantado, todo o casi todo, corriendo al regazo de Gustavo Petro, convertido en grande hombre y no quiero decir que no lo sea; dirigentes, de los que ayer se denigraba por los rincones, a causa de sus maniobras putrefactas (“qué campaña tan sucia”, se escuchó decir), hoy lavaron sus extremidades y brillan en las altas esferas, a las que se jugaron; las revistas que trabajaron en su contra hoy muestran un gozo inefable por la vida, obra y personalidad del gran caudillo, que les hará doler después, así como los periódicos que lo auparon de algún modo no caben de la dicha; obispos y nuncios, a una, dirán que están por la paz y la paz es el poder.
Sigo. El tribunal de la paz de Santos (JEP o JMS), el mismo que aplazó las confesiones de los crímenes de guerra y así no dañaron el triunfo que se venía de quien recibió su respaldo, mostró por fin a los responsables, entre confesiones y llanto, contritos, decir que sí, que fueron ellos, que violentaron a las familias, que hicieron llorar a las madres, que encadenaron a seres humanos, que miles de sus secuestrados murieron en cautiverio, que recibieron el pago de rescates cuando ya estaban muertos, que cobraron por los cadáveres (¡!).
Nunca, nunca se había visto o leído cosa semejante. Confesión pública de atrocidades con la seguridad previa del perdón que Santos, el presidente de entonces, consiguió para ellos y con el que pudo llamar enemigos de la paz a quienes no aceptaron su proyecto salvífico. Con el cual embolató al mundo.
Los derrotados callan o adhieren, como César Gaviria, el pragmático hombre de los pactos y los puestos. Callan igualmente los viejos y duros socios del candidato socialista viendo que el destituido país político se lleva lo que ellos trabajaron con denuedo. Su gran jefe estará llamándolos a la calma y les habrá dicho que sólo es contentillo, que todo será para ellos cuando llegue su hora y que de aquellos no quedarán sino Roy, Benedetti y acaso Velasco, fieles desde un comienzo.
No todo el mundo pareció darse cuenta de lo que pasó. Quienes viajaron de puente encontraron esta continuidad armónica. Armonía, qué palabra tan sabrosa.