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Realpolitik o las traiciones históricas

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Lorenzo Madrigal
12 de abril de 2010 - 02:58 a. m.
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La historia política está fabricada de traiciones y reacomodamientos. Hoy se les llama transfuguismos o maquilladamente dinámica de la política. ¿De qué nos extrañamos, pues? El paso de viejos conservadores al partido uribista es algo ya visto.

Nadie menos que el general Uribe Uribe, comandante que había sido de los ejércitos liberales, el de la paz del Wisconsin, cayó asesinado en el año 14, porque alguien lo consideró traidor a sus ideas, en nefando crimen, acaso iniciativa de los propios ejecutores materiales, los rudos Galarza y Carvajal (“… que matasteis a Uribe Rafael”).

Traiciones, unas reales, otras imaginadas por los detractores, es lo que ha habido en la historia y parecen ser de la naturaleza misma de la política. Muchos que quieren llegar pasan por encima de los amigos de ayer y se abrazan con los enemigos en el dinámico hoy.

Se dice que Gabriel Turbay Avinader (Abunader), habiendo sido canciller de Alfonso López Pumarejo y uno de sus alfiles más cercanos, no defendió a su cuestionado jefe, cuando éste se venía abajo, al final de su segunda administración, bajo el fuego oratorio de Laureano Gómez. En su libro de Protagonistas del siglo XX (Villegas, 2003 ), el  igualmente ex presidente Alfonso López Michelsen, osó ignorarlo en ese su gran estilo de odios, pese a haber sido Turbay Avinader figura egregia del liberalismo y de la primera mitad del siglo veinte, el hombre del Hotel Granada, el gran Turco(*).

Casi de traidor tildaron a Alberto Lleras Camargo, elevado por el Congreso, de mayoría liberal, a la presidencia de la República, en sucesión de López, por no haber facilitado las cosas para que el régimen no cayera en las urnas. “Una alambrada de garantías hostiles” llamó el derrotado candidato de liberalismo (el aludido Turbay ) a las que le ofreció el presidente de la transición, cuando la hegemonía del liberalismo ya se extinguía.

En el conservatismo fue un hecho incontrovertible que Laureano Gómez designó a Ospina Pérez como candidato del Partido y por ende presidente, en ese mismo 46, pues la oportunidad se mostraba propicia. Ospina y su esposa, doña Bertha, se fueron luego contra Gómez y celebraron la caída de quien había sido su jefe máximo, como entonces se decía.

Viejos conservadores de hoy, saltándose incluso la absurda Ley de Bancadas, adhieren al candidato opuesto al de su partido, en gesto de realpolitik, como quien dice, por ser lo que ofrece el momento político, ante los desafíos externos e internos, y en no pocos casos por supervivencia personal.

 

(*) Tampoco encuentro a Gabriel Turbay en el libro de López: ‘Grandes compatriotas’ (TM Editores, 1993 ).

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