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TORPEZA ALARMANTE PUDO VERSE en el manejo de las relaciones de nuestro país con los vecinos, durante los dos períodos que concluyen. Y no es que los vecinos se hayan portado mejor o que sean unos buenazos, de estupendo trato fraterno, pero sí les hemos dado sobradas razones para que nos humillen e injurien.
Lo peor es que, observando el panel de candidatos de los últimos debates presidenciales, no se ve con claridad quién nos pueda sacar del atolladero. Cierto que Vargas Lleras, con su altivez, habría rescatado algo de la dignidad perdida, si las encuestas no lo hubieran hundido en la insignificancia política y si, de ser elegido, nunca se requiriera reemplazarlo, pues su vicepresidenta es un albur, y no una alternativa seria de poder.
Claro que Rafael Pardo, otro derrotado por las encuestas, no necesariamente por el electorado, representaría un factor de aplomo para manejar la difícil relación heredada y constituir un freno diplomático para no dejarnos absorber por la corriente unipersonal y tiránica del socialismo del siglo XXI. A lo que, por cierto, nos hemos resistido hasta hoy.
Me temo que Noemí, ya sin posibilidad de acceder al poder, no podría desempeñarse con la firmeza necesaria para no caer devorada por el poder de Hugo Chávez y de sus artes envolventes e incluyentes. A ése sólo lo enfrentaría una mujer sin vanidad, menos sonreída y poseedora del atractivo que gusta en las mujeres de Estado ser francamente feas y firmes.
Pero, ¡oh, cielos!, dos intrépidos candidatos, uno el primero en las preferencias y otro, que juega a ser el tercero o el cuarto, no sólo parecen desconocer el Derecho Internacional y la historia de las naciones, sino que proponen de una vez y antes de asumir el poder en Colombia postrarse ante el vecino de frontera y ofrecerle indemnización económica por la incursión en su territorio.
Si pecamos, que primero se establezca por los tribunales internacionales en qué pecamos, y si no tenemos razones que atenúen nuestra falta, que nos condenen y se tase la indemnización en Corte igualmente internacional, si ésta estima que la incursión en el territorio vecino, sin fines de correr lindes, cual ladrones de tierras, se paga con plata. ¿Y con cuánta? Porque aquí entraría a considerarse la soberbia legítima del país ofendido y la estimación cuantitativa de su dignidad.
Nos robaron Panamá y se nos indemnizó con US$25 millones de los años veinte (¿tal vez veinticinco billones de hoy?), aun así ofensivos. ¿Querrá eso decir que ahora nuestro país mutilado debe pagar por un error militar, por una persecución en caliente, atrevida y prohibida, pero persecución de enemigos propios, lamentablemente amparados por el vecino?
