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No es Gustavo Petro amigo de gracejos, ni lo es en general la izquierda. ¿Se imaginan ustedes un chiste contado por Putin? De ahí que algunos apuntes de Petro le hayan salido graciosos por lo malos, así como las discutidas metáforas, como aquella de “expandir el virus de la vida por las estrellas del universo” o la mención inadecuada al bueno de Agamenón. Se iba pareciendo a los panes multiplicados por Maduro cuando quiso aludir al milagro evangélico. Pero la verdad es que esto del “sindicato del pasado”, en referencia a los expresidentes, sí le resultó divertido.
Imaginarse uno al grupo de veneradas figuras de nuestro pasado republicano, dueñas como fueron del poder, en afrentosos reclamos es de risa. Juan Manuel Santos, el orgulloso nobel de Paz, se sintió ofendido con la comparación que se le hizo con quienes compartió el alto honor de la Presidencia de la República. No, por Dios, él está más arriba, un escalón por encima, el primero en el podio de la vida pública, el nobel de Oslo, como quien dice que más ruido hace la dinamita que una simple credencial de presidente.
César Gaviria, el presidente del revolcón y, vamos, de la reforma constitucional del 91, debe parecerle bien poco al gran Petro de hoy en día; Samper, al fin de cuentas, tan grande e histórico como su elefante, icónico ya por su mención repetida; Andrés, el segundo Pastrana en el libro de historia patria, curtido, como Duque, en vida americana y en lengua inglesa, que le ha servido a la república en beneficiosos programas militares; en el caso concreto de Iván Duque, en ser un respetado expresidente, hoy asociado su nombre al legado del presidente Woodrow Wilson. Uribe, Álvaro Uribe, el imbatible mandatario de los ocho años sostenidos en un 80 % de popularidad. A tal punto que un personaje de la talla de Enrique Santos, el hombre que gobernó por su hermano menor, considerara a Uribe como “irreemplazable” (año 2006). Pues bien, a todos estos el dirigente revolucionario llegado al poder por una mezcla de formas de lucha los considera residuos no reciclables. Para Gustavo Petro, hombre del presente y de un futuro incierto e indeterminado, ya entrecano y de cabello desprendible, ninguno vale a menos que se tratara de un Chávez, un Fidel, un Stalin o un Lenin. “¡Bienvenidos al futuro!”, oigo gritar desde un eco lejano a César Gaviria, de voz aflautada, pero todavía jefe máximo del gran partido.

El pasado regresa. Si lo estaremos viendo. Bien sabido es que este pasado hubo de ser corregido en muchos aspectos y deberá serlo en otros, lo que ha estado bien (como dicen que lo dijo Dios, creador); no así cuando es reemplazado por bochinches, turbamultas y asaltantes de Nunciatura. A quienes Petro, entre tanto, sonríe como sonreiría una serpiente, para decirlo a la manera de Antonio Caballero.
