Publicidad

Tiempos idos

Lorenzo Madrigal
17 de junio de 2024 - 05:05 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Seguimos en el ayer. Es como si el presente causara escozor. Suele pasar hasta que llega el día en que el presente se ha vuelto pasado y nos llega a la memoria “a través de la nostalgia”, en un decir de Gabo.

Ese recuerdo lo agita por estos días el cúmulo de vejeces que nos arroja la prensa impresa. Son los aniversarios, ahora los 70 de la televisión. Recuerdo cómo nos ateníamos a aquella imagen en blanco y negro (mientras Gloria Valencia repetía: “Lástima que la televisión no fuera en colores”), mi padre recostado en forma impropia sobre el mueble de mimbre que quedó como recuerdo, con su espaldar torcido. Él admiraba a Elsa Aldao y a otras divas de la época y completaba, ya dormido de medio lado, los dramatizados con la exclamación: “¡Malo!”, y se iba a la cama.

Esto, para decir que el siempre afable don Vicente, tipógrafo entre varias profesiones, no disimuló un par de lágrimas, rarísimas en él, cuando esa televisión blanquinegra nos permitió ver el alunizaje con el pie izquierdo de Neil Armstrong dando aquel “gran salto para la humanidad”. Ahí pude ver que mi padre, de tan estable psiquis, era un ser sentimental. Quizás le impresionó, como también a mí me podría suceder, que alguien se le anticipara en llegar al otro mundo, estando él tan próximo. Era el año de 1969. En este mundo inicuo gobernaba Richard Nixon, por entonces voz de los terráqueos.

La televisión la había traído el dictador Rojas Pinilla con las antenas muy bien puestas desde su Hospital Militar, donde iluminó por años su nombre. A mi casa llegó un aparatoso Emerson, estorboso como una nevera, la que, recién llegados a Bogotá, no teníamos ni creíamos necesitarla. Rojas aparecía con kepis y bondadosa sonrisa por la gris pantalla, su regalo al pueblo colombiano.

Tiempos idos
Foto: Héctor Osuna

Pero la memoria va y viene, no tanto por la televisión, que conmemora los 70 bíblicos, sino por personajes y voces de aquellos tiempos: voces tan familiares y perfectas como la de Otto Greiffenstein, caballero de la época del bolero, una especie de Leo Marini. Voces insuperables como la de Juan Harvey Caicedo, muerto frente al televisor de su residencia en Bogotá.

Voces no fueron pocas: la de Fausto Cabrera, que aún podemos escuchar porque ha sido imposible reemplazarlo en el comercial de un noticiero; padre, este dramaturgo español, del embajador y hombre de teatro don Sergio Cabrera. De Fausto y de su voz, aún presente, me resulta fácil pasar a la del siempre actual Kepa Amuchastegui, de raíces vascas. En noches de largo desvelo me arrulla su tono indescifrable y convincente como pocos, con el cual dirige un programa histórico, que elabora con sabor patriótico, sin celos hispánicos, como pensé que los tuviera. Todo esto, sin olvidar voces como la de Héctor Mora, “Er Pepe” Fernández Gómez, Judith Sarmiento y tantos otros. Es el olvido.

Temas recomendados:

Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar