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Tres palacios

Lorenzo Madrigal
08 de agosto de 2022 - 05:30 a. m.

Uno fue el Palacio de Justicia, en el cual el grupo al que pertenecía y por el cual estaba preso asaltó y asesinó a los magistrados y a sus visitantes. Petro, connotado anarquista en su momento, dice haber sido torturado en prisión y no lo dudo. Eran los oscuros años cuando aún estaba muy reciente el Estatuto de Seguridad; los recordamos, bien los recordamos.

Estar preso cuando la justicia fue asesinada no excusa al militante que nunca abjuró de su militancia. Ahora ha jurado cumplir con la Constitución y las leyes de la República (que no sea como el juramento de Chávez). Muchas banderas, mucho fervor patriótico, multitudes (por el momento pacíficas) y mucha fingida alegría de los advenedizos, de los recién llegados al petrismo, apurados por la pérdida de todo cuanto fue suyo en manos del izquierdismo radical, el mismo que hoy les causa alborozo y mañana dolor y lágrimas y mazmorras y muerte. Como las cárceles tras juicios populares de Mao, que sufrió mi querido Daniel Sicard, S. J.; como el violentado y descerebrado cardenal Mindszenty, víctima de la misma siniestra corriente sicarial de los años 50; como los jóvenes que entregó Santos a la dictadura venezolana en intercambio diplomático; como la prisión inicua de Leopoldo López, héroe perenne de la democracia de aquel país, hermano del alma. Odiamos la violencia política, tanto la de izquierda como la de la derecha, que están muy lejos de la democracia ideal.

Tres palacios
Foto: Lorenzo Madrigal

Un segundo palacio fue el de Liévano. Allí se desempeñó, mal que bien, como alcalde mayor de Bogotá. Petro no es administrador ni se lo imagina uno dando órdenes tácticas o de ingeniería urbana. Ha ido mencionando de nuevo el tren subterráneo cuando ya se alzan las varas para uno de altura; la alcaldesa mayor humillará de nuevo su cerviz y bajará sus planos como se abajó para uncirse a la victoria de Petro.

No dejó buen recuerdo como alcalde mayor. Es que él mismo no quería serlo: su ambición era el poder político. Está servido. Nos dejó el recuerdo de sus discursos desde los balcones del Liévano para conductores humildes, cuyos vehículos de tracción animal eran tema de sustitución. En el norte sus obras no se vieron, pero sí algo de ellas en los barrios populares, con énfasis en el agua potable. La altísima proporción de la pobreza lo fue conduciendo al poder sin que a nadie, en necesidades familiares, le preocuparan consideraciones de geopolítica internacional.

Gustavo Petro llegó al tercer y último palacio (el de la Carrera, hoy Casa de Nariño) por la vía acostumbrada de la democracia. Acostumbrada a trampas y presiones, al poder del dinero, a los tropiezos contra los cuales se lucha y de los cuales emerge una legitimidad relativa, sin que se conozca otra mejor. Pero con el ojo puesto en lo fundamental: los derechos civiles y las garantías electorales.

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