Volver a ver, retornar, causa impresiones que golpean. Yo no me había alejado demasiado, fue la ciudad la que se alejó: el trayecto de 45 minutos se convirtió en dos horas, tres horas, en medio de un trancón (“atasco”, lo llaman en España) monumental, las visitas cesaron, la pandemia de hace tres años remató vínculos leves de amistad, la parentela murió, no necesariamente por la pandemia, sino por la vida misma que le marca a cada cual su hora.
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Entrar por el norte es ver trechos cerrados y vías desviadas. La borrasca Claudia tiene obras repartidas y piensa uno: la ciudad va a quedar bonita, ¿pero cuándo? Por ahora un gris inicuo la invade entre el esmog y el desaseo, sumados a la diversidad constructiva donde se aprecia la falta de planeación urbanística y donde hoy se consideran adornos los grafitis, ya en categoría de arte mural. Buenos son algunos, pero no tantos. La mugre cunde. Dan ganas de tener a mano una manguera de bomberos. Lo dijo Nieves con rotunda afirmación, sencilla como ella: “Bogotá está sucia, sucia, sucia”.
Mi querida prima llegó de Estambul. Qué belleza, qué avenidas bien construidas, qué carreteras multiviales, próspera urbe en paz, sin asalto callejero, con salones de té y pastelerías tipo suizo, pero allí con sabor a dátiles y almendras. Dátiles comí recientemente, demasiado dulces, y me vi la boca llena con los labios y el maxilar estrujándolos como un camello.
¿Qué pasa con nosotros? Que la cultura demora siglos y milenios, no somos ni fuimos Constantinopla ni Bizancio, fuimos algo muy distinto al arte bizantino, a su quietismo hierático, a sus pantocrátores (imágenes frontales del rey del mundo). Pero no nos aturda el esplendor lejano, tal vez de allá vengan a ver lo nuestro y a escampar de sus guerras, encontrándose con las nuestras. Solo que aquí no hay ciudades confiables ni para un turismo de pocos días; escasea la policía, como la que añora el general Jorge Luis Vargas (qué miedo, porque aquí nos desbordamos). De propuestas como las de Molano y Vargas, candidatos de Bogotá, me da temor el bukelismo de espaldas desnudas, en “recua” de delincuentes, arriados y reducidos por fin; tampoco así. Calma y seguridad se consiguen, pero es horrendo saber que existan cárceles en nuestro suelo donde se practique la esclavitud y la tortura. Cuidado.
La definición se aproxima. Renovaremos alcaldías y así mismo esperanzas. Todos salen desacreditados, quizás menos Peñalosa. Claudia no adquirió autoridad, la desbordó el desorden y le pudo el temor a perder popularidad, si alguna tuvo, entre la temible horda de indignados. El presidente no la respaldó, pues no la pudo controlar como sueña hacerlo con Bolívar, de lejana posibilidad que él mismo reconoce.
Volví de Bogotá al verdor del campo y a comprobar que se ha vuelto ciudad de “atascos” mi antigua aldea.