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Vejestorios

Lorenzo Madrigal

08 de julio de 2024 - 12:05 a. m.

¿Que me encantan? Claro que me encantan las cosas viejas y, bueno, las personas también, porque hay situaciones que las mejoran. Mi madre decía que el cabello se le había vuelto ondulado; lo que yo recuerdo es que el gato de la casa (“Dalí”) le acariciaba la frente durante las visitas. Pero sí, en la mayoría de los casos, el cabello blanco –que no era el de mi madre– embellece los rostros, los ennoblece al menos. Pero si sumamos cabello blanco y escaso, tez blanca y rosada, dientes acabados de estrenar, arrugas invisibles, quién –pintor o dibujante– puede singularizar a Biden, por ejemplo.

Foto: Lorenzo Madrigal

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Pero el problema del demócrata no es su figura. Es, por cierto, elegante y cuidadoso en su presentación personal. Vaya, si se le pueda o no dibujar, soportaríamos su difícil caracterización, pero son otros los daños que la edad le ocasiona: la expresión atónita, esto es, la perplejidad. No estar ni aquí ni allá, como dijera Facundo Cabral. El caminar sin rumbo, con los pies rastrillando, cautelosos de cada paso.

El escalofriante debate del pasado 27 de junio fue, en cambio, un paso en falso dentro de la campaña del presidente con miras a perpetuarse. Sospecho que a muy pocos de los interesados con capacidad de voto les llegaron temas como el incremento de inmigrantes, su incidencia en el empleo y la economía como tal.

Me parece que los ojos estuvieron puestos en la expresión de Biden y en los gestos burlescos de su rival, en franco disimulo de su reciente condena, como si supiera que al gran público no le interesara, en un país de sagradas enmiendas y que es baluarte de la democracia y de la justicia. Fue bastante curioso que el debate, ignorados temas de fondo, terminara en una competencia de egos por desempeños en golf y, más curioso aún, que en este campo pareciera ganar Biden, mejor asegurados sus pasos sobre la hierba húmeda.

Temas de vejez que llegan sin falta con recuerdos de los clásicos latinos. Ellos fueron mi estudio durante una juventud imborrable. Repito, tal vez, el ensayo de Cicerón sobre la vejez (De Senectute), en el cual una persona mayor encuentra consuelo para compensar todo lo que la edad le niega abruptamente. Anima saber que, bueno, en aquella época, la llegada o cercanía de un anciano o mayor era precedida por pregoneros de su respeto y de la significación de su presencia, lo que ahora se llamaría la avanzada, frecuente en altos funcionarios por su seguridad y vanidad.

Sí, que se le quiera mucho al presidente Joe Biden, como rezan los bonitos carteles de adhesión y al mismo tiempo de pedido de su retiro. Sí, que se le deje disfrutar, como le suplicaba a Apolo el gran Horacio (él lo llamaba Latonio): “De lo que tengo ya, Latonio, el goce me concedas, en entera salud y con inteligencia. Y no me dejes llevar la vejez sin decoro o sin lira poética”. ¿Qué tal?

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