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Ya es el colmo

Lorenzo Madrigal

22 de noviembre de 2020 - 10:00 p. m.

El expresidente Álvaro Uribe se ha convertido en piedra de contradicción en este país. Me pregunto dónde estaban los que ahora tanto lo combaten y quisieran llevarlo a una prisión perpetua —si la hubiera— cuando se hizo reelegir en el poder presidencial, rompiendo la tradición colombiana. Me pregunto dónde estaban cuando otros, casi en solitario, trataron de impedir el asalto constitucional, que finalmente la Corte avaló.

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El desglose de lo humano en las hostilidades de hoy es fácil de entender. Se trata de un roce con quiebre absoluto de dos ambiciones y con una traición de por medio —reconocida por tirios y troyanos—, que han llevado a que el país esté escindido o, como ahora se dice, polarizado.

Hasta en una consulta médica me dijeron: “No me diga que usted es uribista”, a lo que respondí negativamente y no sólo por temor al batablanca, sino que en verdad nunca lo he sido, sobre todo cuando el afiebrado mandatario pretendió y obtuvo la reelección inmediata, tan discutible como autorizada.

Con ánimo de perpetuidad, Uribe se quedó ocho años; Santos, elegido con sus mismas banderas, pero traicionándolas, se quedó otros ocho, pese a criticar a su antecesor por ello y asegurándole al público que tan abusiva prolongación no volvería a ocurrir. Después de él, nunca más.

Uribistas extremos lanzan ahora la absurda precandidatura de Tomás Uribe Moreno, hijo de Uribe Vélez, a la Presidencia de la República. Esto es para asombro de muchos o de todos porque, así fuera uno partidario del exmandatario, la perpetuación suya en su hijo inmaduro y muy lejos de estar preparado para el más alto cargo de la nación sería una nueva reelección de Uribe y la mayor expresión de nepotismo que pudiera darse.

De modo que no, por Dios, ¿qué estulticia es esta? Supongo que ni el exmandatario estará de acuerdo con tamaña locura ni el propio joven, si algo de sensatez le asiste, se le mediría a verse vilipendiado y a propiciar, de qué manera, el advenimiento de las fuerzas de izquierda, ya ad portas de tomarse el poder en Colombia, para no soltarlo nunca. El descrédito de lo político en democracia fue el caldo de cultivo de la revolución chavista y del Maduro estacionario que hoy vemos en el vecino país.

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El propio presidente Iván Duque, verdadero y beneficioso zar de catástrofes, como pasará a la historia, es para algunos el tercer período presidencial de Uribe, dentro de la mencionada hilera de continuidad. Se ha mostrado, sin embargo, autónomo y ha hecho presencia ante la opinión, dueño de un cierto carisma que le compensa la pérdida de favorabilidad por la presumible dependencia. Sea lo que fuere, para este columnista y frente a rabiosos foros, es un Medvedev envidiado por muchos de su generación. La dignidad del cargo es bien alta, alcanzada por muy pocos, y la bonhomía personal de Duque no la desmerece.

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