Yo tengo ya la casita

Lorenzo Madrigal
22 de junio de 2020 - 09:01 a. m.

Un Gobierno que, en la polarización en que andamos, no es tenido siquiera como liberal ortodoxo sino francamente de derecha no debería mostrarse tan amigo del sector financiero como lo está haciendo, exhibiéndose con la propuesta, emanada del equipo de Vivienda, que lleva el tétrico nombre de hipoteca inversa.

Este Gobierno juvenil, consentidor aparente del adulto mayor, parece estarle encomendando la suerte de éste al sector de los negocios, dando la apariencia de ser su protector social.

La fórmula ha salido del Ministerio de Vivienda y por ella se le hace un trueque al supuesto anciano de la que ha sido la conquista de su vida, el resumen de su esfuerzo, la casita (mejor, la casa, para no caer en el miserabilismo con que se denomina a “los abuelitos”), por una especie de pensión o seguro de escaso cubrimiento en el tiempo.

Entran a discutirse los términos de ese contrato perverso, avalúos y pormenores, todo esto dentro del programa presidencial Prevención y acción, pero se disimula el provecho económico que derivan, “como es natural”, los inversores y en cuyo respaldo y beneficio se constituye la hipoteca.

Tampoco se menciona el valor intrínseco que tiene la propiedad, la niña bonita del código civil napoleónico, por paradoja, gloria del Estado democrático. Toda la estructura de la vida social, conducida por el derecho y las libertades públicas y religiosas, remata en el derecho de propiedad, fundamento del individualismo y concreción de la dignidad humana. No es por menos que el individuo en pobreza y no heredero propende, antes que nada, por adquirir una casa propia en la condición que sea, la que mejorará y conservará como un tesoro.

La hipótesis que contempla la incompasiva ley —que es voluntaria, por supuesto, pero en ningún caso un amparo social— es la de un adulto mayor en dificultades de manutención, aunque asentado en medio de sus cuatro paredes, donde pisa propiedad, el derecho por excelencia. Entonces, venda y acabe comiéndose la casita, remátela, que a nosotros nos sirve, triste y deteriorada y en sitio deprimido, no importa, se la aceptamos; le ayudaremos a vivir en ella y, al final, se la rematamos, parecen decirle al oído los financieros.

La legislación civil trae una frase conmovedora y para sensibleros (otros seres “sintientes”), poética, pero sobre todo de fuerza normativa imperiosa. Quienes piensen que a los ancianos en estado de destitución, que es otra frase del código, nada les interesa para esa última etapa de la vida sino disfrutar de su vejez precariamente y con alguna seguridad, están equivocados, la propiedad sigue en su mente y todavía el derecho les permite disponer de ella —como lo dice, con hermosa sencillez, el código— “para después de sus días”. Apoyarlos es más propio de un Estado social, como somos desde 1991, y no despojarlos.

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