En 1944 se proyectó en Estados Unidos una película dirigida por George Cukor, Gaslight, traducida al español como Luz que agoniza, protagonizada por la bellísima Ingrid Bergman –quien ganó un Óscar por su actuación- y Charles Boyer. Es un drama psicológico que gustó mucho al público por la actuación de los protagonistas y por la sutileza con la que el director va llevando el tema.
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En pocas palabras, la película -que antes fue una obra de teatro- muestra entre claros oscuros, entre una luz que agoniza dentro de una lámpara, cómo una mujer buena es sometida por su esposo a la incredulidad permanente de sus alertas por ruidos y cosas extrañas en la casa, fotos que desaparecen, lámparas que se apagan, pasos en la noche. El esposo la acusará de loca, ella se lo irá creyendo hasta que un detective descubre que es el esposo mismo quien hace esos efectos, es un ladrón, además de asesino.
Comprobar la realidad es una función del psiquismo humano para verificar un error de percepción, la puede hacer la persona por sí misma confirmando el fenómeno que le interesa - ¿Llueve o es mi imaginación? - Cuando la verificación escapa al propio control lo humano es recurrir a otro humano para que nos ayude a dilucidar el acontecimiento. En relaciones entre personas emocionalmente sanas esta prueba de realidad va desde ayudar a constatar hechos como sonidos, expresiones de otras personas, sucesos externos, etc., hasta el muy ético reconocimiento de una responsabilidad o error propio ante esa persona que se traduce en la frase ¨tienes razón¨. Concederle al otro la pretensión de verdad es uno de los más altos peldaños de la evolución del raciocinio. Práctica cada vez más en desuso al haber tomado vuelo la noción de que hacerlo es mostrarse débil. Entre menos evolucionada esté una persona menos acudirá a esta manera de responder. Dentro de un conflicto respetar la pretensión de verdad es la vía expedita para llegar a un acuerdo. No dar la razón cuando la evidencia es indiscutible es estar ante un ser injusto, poco confiable y poco convencido de la necesidad de vivir en armonía.
Perder la razón, caer en la locura, es uno de los miedos más profundos que puede sentir una persona, es perder el control sobre la mente y el cuerpo, dejar de pertenecerse. En temperamentos con cierta languidez emocional es frecuente recurrir a la ayuda de otros para verificar la realidad. Esto lo saben muy bien aquellos individuos que sienten placer al minar la comprobación de la realidad de otra persona, con eso afirman malsanamente su mundo interior ejerciendo poder sobre otros; es el gaslight, una práctica macabra.
Quien es objeto del gaslight por tiempo prolongado se irá desmoronando por dentro, aunque sea una persona psíquicamente sólida. Se volverá neurótica, desorientada, llena de angustia, desconfiada de sus sentidos, de su capacidad crítica, la voluntad le mermará, la culpa se volverá contra sí misma tornándose una víctima que dependerá y admirará a su verdugo. De la misma manera como una persona cae en manos de un agresor psicológico también puede caer todo un país en manos de un gobernante desajustado emocionalmente. Se replicará a gran escala un tipo de relación donde una parte por motivos narcisistas, por una ambición profunda, engañará a la otra hasta llevarla a la locura. El gaslight como arma de tortura es letal.
En el político el tamaño de la ambición será tal que manipular y despojar a una persona o varias no le será suficiente, necesitará de todo un país, de millones de personas para satisfacer su ansia de poder. Primero enamorará al gran electorado, se ofrecerá como el gran protector –como el hombre de la película-, cuando ya se haya casado con el país, cuando el país sea su casa –como en la película-, teniendo el control de importantes instituciones del Estado y consciente de la ¨majestad¨ del poder afinará su habilidad para manipular a sus subalternos, a las leyes, a la justicia. Tiene este político tal capacidad de desconocer los límites de su ambición y tan profunda certeza de creer merecer lo que ansía que es dueño de un arrojo colosal para implementar un mega gaslight a todo un país hasta dejarlo en la miseria.
Se inventará enemigos, culpará a otros de los robos, del menoscabo en las condiciones de vida, aislará al país –como el hombre que odia a la familia, a las amistades de la mujer esclavizada para que nadie la alerte- creará cómplices en puestos estratégicos como los medios masivos de comunicación que le permitirán acorralar mejor a su presa. Ante personas críticas que pueden desenmascararlos actúan con amplio cinismo ¨ ¿De qué me hablas viejo? ¨. ¨No estarían recogiendo café…¨, se les oye decir, de esta forma han sembrado la locura para hacer de las suyas.
La víctima, el país, Colombia, lleva doscientos años cayendo en una neurosis inmensa, en una confusión mental, perdiendo el sentido de orientación donde los aficionados agreden en los partidos de fútbol; los taxistas disparan a los usuarios, los usuarios a los taxistas; aumentan los atracos callejeros; los vecinos se pelean por las hojas de los árboles en los patios, hasta llegar a la psicosis de partidos políticos asesinando al opositor; policías sacándoles los ojos a la gente, torturando y desapareciendo a personas detenidas; de masacres una vez por semana.
El ser humano condenado a buscarle la razón a todos los fenómenos de su existencia buscará la explicación al caos de su país confrontando directamente a los mandatarios con la ingenuidad de obtener una explicación acorde con la realidad. Sin embargo, una élite sociopática nunca aceptará responsabilidades porque sus desmanes obedecen a sus propias leyes de la vida donde ella se considera superior. Manipulará hasta la desaparición del otro para que nunca se sepa la verdad. Colombia, cual persona en el delirio de la disonancia cognitiva –la incapacidad de conciliar en la mente dos sucesos distintos- terminará por culparse a sí misma: ¨me merezco esta suerte, soy pobre y miserable porque no he hecho lo suficiente¨. La autoflagelación es cavar la propia tumba. En el colmo de la entrega mental de la víctima a su manipulador negará cualquier ayuda exterior. Hundida en la fosa que el manipulador le hizo abrir la incredulidad de que haya una salida a su locura es muy profunda. Quien desee ganarse su confianza debe ser paciente, persuasivo y demostrarle la realidad con hechos, hasta que la persona se vaya liberando lentamente.
En este proceso político, Colombia, que ahora inicia otra era con un gobierno y una visión del mundo diferente a la de los partidos tradicionales que han tenido una supremacía durante dos siglos es como una mujer atemorizada al borde de la locura que, poco a poco, comienza a ver la realidad como la luz que crece dentro de una lámpara. El pueblo está luchando física y mentalmente contra un abuso psicológico aniquilante y, por fin, comienza a llenarse de esperanza y, a comprender, quiénes y por qué le iban apagando la luz de sus vidas.
Cuando la política traspasa ciertos límites de la compostura argumentativa, cuando se niega la pretensión de verdad del otro –inicio del fascismo- cuando se va a la vía de los hechos, cuando el discurso no es escuchado y menos debatido ya las categorías políticas no alcanzan para comprender, explicar y solucionar los fenómenos sociales. Ahí, la política encuentra un límite y se vuelve casi ineficaz su conocimiento para detener que una gran parte de la sociedad se vaya por el despeñadero y una ínfima se quede en tierra firme. Es cuando debe intervenir otra ciencia poseedora de un agudo sentido crítico, de análisis y con otro horizonte epistemológico: la psicología y, con ella la psicopatología y con ella, la ponerología. Lo dijo un gran escritor barranquillero, Diego Marín Contreras, ¨la cruel situación política de Colombia se explica más desde Freud que desde Marx¨. Agregaría, mi recordado amigo, que la del mundo entero.
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