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Dulce Carolina es una canción que se volvió un himno en un estadio de béisbol abarrotado de gente en Estados Unidos…, “dónde comenzó, no puedo ni empezar a saberlo. Pero entonces sé que está creciendo con más fuerza…”. Lo canta un público en su mayoría masculino, cervecero, entonándolo a la par de sus mujeres que ya hoy han crecido como fanáticas de este deporte, con los pulmones henchidos de emoción en el Fenway Park, de la ciudad de Boston, donde juegan los Red Sox.
Sweet Caroline, en inglés, fue compuesta y cantada por el norteamericano Neil Diamond, grabada en 1969, de su origen en alguna ocasión el mismo cantautor dijo que había sido inspirado por una fotografía a los cuatro años de Caroline Kennedy, la hija del inmolado John F, Kennedy, presidente de los estados Unidos; aunque después diría que fue su esposa que no se llama Caroline, sino Marcia, pero que no encontró cómo hacer rimar su nombre.
En todo caso, ha sido interpretada por los más disímiles artistas de la música pop y en cada uno de ellos Sweet Caroline encanta, transporta, emociona como la fuerza sensual que le imprime Elvis Presley al entonar “¿Quién iba a creer que llegarías? Manos…, manos conmovedoras, alcanzándose, ¡acariciándome! ... ¡acariciándote! ¡Sweet Caroline…!”. con redobles de tambores al fondo que él corta con el movimiento de sus manos y caderas. Como el suave inicio a ritmo de marcha de la Orquesta Filarmónica de Londres que va lenta hasta crecer rápida hacia el coro con el esplendor de los violines y de toda la orquesta. La letra en inglés es sugerente, son frases que delinean un encuentro; en español, es el relato concreto de un amor que en la voz de Julio Iglesias se llena de gran romanticismo “¿Qué nos pasó? ¿Qué fue de nuestros sueños? ¿A dónde se ha ido nuestro amor? Era un amor que yo creía un juego…, sweet Caroline, ¿qué va a ser de nuestro amor…?”.
Inusitadamente, en la película Cielo de medianoche de Netflix, que gira alrededor de un científico que desde el Ártico trata de contactar a una nave espacial que intenta regresar a la Tierra, una escena muestra al comando central orientando a tres astronautas que realizan una reparación a una nave, uno de los astronautas pide algo de inspiración, quien está en la consola de comando sonríe socarrón, sabe que lo que va a enviar cumplirá plenamente con la solicitud, pone a sonar Sweet Caroline en el espacio sideral la que canta embelesado junto con su compañero y los astronautas “manos, manos tocando, alcanzando, tocándome, tocándote…, sweet Caroline, los buenos tiempos nunca parecieron tan buenos…”.
Todo comenzó cuando en 1997 Amy Tobey, quien era la encargada de colocar la música en el Fenway Park, durante un juego de béisbol decidió poner Sweet Caroline porque, una persona cercana había tenido una hija a la que llamó Caroline. Quedó sonando de vez en cuando hasta que en 2002 Charles Steinberg, vicepresidente ejecutivo de asuntos públicos, se dio cuenta cómo la cantaban los fanáticos, entonces, decidió que sonara siempre para impulsar a los peloteros, añadiendo emoción, fomentando la unión entre los seguidores del equipo de Boston. De ahí en adelante, es el himno del entusiasmo de los grupos humanos en Estados Unidos, aunque, paradójicamente, su letra en el fondo tenga un fondo sombrío.
Hace poco en la entrega de los Premios Tony que es el galardón más preciado dentro del mundo del teatro en Estados Unidos que, primordialmente, es para las obras que se presentan en Broadway, le hicieron un homenaje a Neil Diamond con toda la estética de ese mundo: una puesta en escena impecable que sorprende al público porque de él emergen varios artistas que van subiendo al escenario; vestuarios coloridos y brillantes; artistas entregados con todo el esplendor de su expresión facial y corporal; cámaras y luces que siguen e iluminan a los actores con la rapidez de sus movimientos y, una banda musical inspiradora que lleva a los espectadores a la felicidad total cuando aparece Neil Diamond con su voz adorable, romántica, dulce como su Carolina, rodeado de la gente joven y madura que se puso de pie para al unísono cantar y llevar el compás de “sweet Caroline, me he inclinado a pensar que los buenos tiempos nunca lo fueron…,pam, pam, pam…,so good, so good, so good…”.
Y, así en los estadios de béisbol, en los inmensos conciertos musicales, en los audífonos de algún caminante, en un carro, en una nave espacial quien desee levantar el ánimo para vivir sólo tiene que oír a Neil Diamond, recordar sus ojos cristalinos y unirse a su mítico canto que eriza la piel cuando miles de personas bailan juntas, se abrazan, se besan, en la misma dimensión humana de “sweet Caroline, mira la noche, no parece tan solitaria, nosotros la llenamos con nuestra presencia, tú y yo, y, cuando me lastimo, el dolor corre por mis hombros, ¿cómo puedo lastimarme cuando estoy contigo? No es posible. Cálidos, toques cálidos, alcanzando, tocándome, tocándote, sweet Caroline…”.
*Lucero Martínez Kasab es psicóloga y magíster en filosofía. (luceromartinzkasab@gmail.com)
