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La infancia despreciada y el ICBF

Lucero Martínez Kasab

23 de abril de 2023 - 02:38 p. m.

Tiene la vida una ley terrible: que la estabilidad del adulto dependa de las condiciones de su infancia, las que no le pertenecen, las que no puede controlar, las que están en manos de unos progenitores que no se sabe si desearon esa descendencia, si saben proteger, si tienen con qué proteger.

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Así las cosas, nacer dentro de un ambiente familiar protector es toda una suerte, aunque algunos privilegiados crean que han nacido así porque se lo merecían; no dudan que han podido nacer en una favela de Río de Janeiro o en Puebloviejo, el municipio lacustre miserable, a pesar de ser Reserva de la Biosfera, al borde de la autopista que lleva a Santa Marta, cuya desventura es paisaje para los turistas y políticos.

La infancia es la verdadera patria del hombre, lo dijo el poeta Reiner María Rilke. No encuentro algo dicho mejor sobre esta época de la vida y con él la nombran casi todos los poetas, pero la olvida la mayoría de los mortales como si jamás la hubieran vivido, como si nunca esa ¨riqueza preciosa y regia, ese camarín que guarda los tesoros del recuerdo…¨ -sigue diciendo Rilke- les hubiera marcado su destino. De manera prosaica se la saltan como un charco de cualquier agua sin detenerse nunca a contemplar sus profundas sensaciones en ese espejo, las raíces de la risa y el dolor del presente, la afirmación de lo que se pretende ser y la negación de lo que queremos alcanzar. Con el miedo de adentrarse en las propias profundidades de su pasado los adultos se lanzan de lleno a buscar el futuro en una loca carrera por Ser, cuando, en realidad son, cada vez más, el No ser porque, se buscan en el afuera y no en el íntimo sentir.

Al despreciar la propia infancia vilipendian la de su descendencia y, más aún, la infancia de los hijos de otros. Si el individuo humano no ha reconocido lo sublime de su propia niñez mucho menos podrá hacerlo la sociedad entera, el Estado, por eso hoy, existen más de 170 millones de huérfanos en el mundo, nos lo dice Humanium ONG; son 170 millones de infancias despreciadas…, sin asomo de redención.

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El olvido por la infancia en Colombia como dice el argot popular ¨no tiene perdón de Dios¨ porque, hablando a nivel de política pública, hemos contado con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar –ICBF- que en su concepción es una gran respuesta del Estado a la necesidad de protección de los menores de edad y de la familia, pero que se pudrió tanto que los mismos funcionarios encargados de velar por lo más sagrado que es la alimentación de los infantes se robaban el dinero destinado a nutrir a los niños y niñas o les daban alimentos que ya no son aptos para el consumo. Esto es negarles a las criaturas los sustentos necesarios para formar la sangre, los huesos, los músculos, el cerebro donde anida la inteligencia…, negarles la vida.

Fui funcionaria del ICBF, no soporté ver cómo una institución tan espléndidamente concebida se la carcomían por dentro, sobre todo las mujeres, que ahí son mayoría, quienes, teniendo hijos, despreciaban la vida de los hijos de las mujeres pobres. Comprobé cómo las minutas de los desayunos y almuerzos de los comedores escolares, diseñadas con los más altos estándares nutricionales, eran cambiadas: en vez de darles fruta fresca daban Frutiño; la carne de primera por molida llena de grasa; las concentraciones de avena las disminuían tanto que sólo quedaba un agua insípida.

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Escuché las lamentaciones de mi entrañable amigo, un hermano, Hernando Ahumada Viloria, defensor por décadas de la alimentación, el buen trato y el presupuesto del ICBF de generaciones de niños y niñas en el municipio de Sabanalarga, al ver al contratista administrador del Hogar Infantil estrenar ropa todos los días, cambiar de carro cada seis meses y engordar a sus hijos adultos a punta de almorzar y cenar en lujosos restaurantes, mientras los infantes del Hogar iban bajando de peso.

Entonces, él mismo, Hernando, conocedor de los valores nutritivos de los alimentos se iba para el mercado público a hacer rendir el presupuesto y el tal jugo de caja lo cambiaba por libras de corozo para hacer jugo natural; compraba maíz en grano en vez de la harina refinada y carne de primera molida para que el administrador no sospechara el cambio. Una vez llegaba el presupuesto, antes de que este desapareciera, se aseguraba de comprar el material didáctico y, cuando temía que después de un puente festivo la administración vendría por dinero, él durante esas festividades, lo invertía en mantenimiento y pintura de las instalaciones del Hogar Infantil. Cuando alguna maestra caía en formalismos inútiles como no dejar entrar a un niño sin uniforme, él permitía su ingreso, aunque su amiga se enojara por la desautorización; Hernando, le recordaba, “si el niño se devuelve para su casa allá no comerá, déjalo entrar”.

Aún sigue luchando cada año por una etapa de adaptación humana de los infantes y los padres al Hogar, porque dejan padecer a las menores ocho horas diarias durante semanas enteras en medio de llantos, daños estomacales, vómitos y ahogos cuando son arrancados de los brazos de las madres y, los padres asomados en las ventanas son regañados y humillados por” apegados”. No ha sido posible que implementen un plan de adaptación paulatino, lúdico y sensible, porque eso implicaría un trabajo extra emocional de las funcionarias que no están dispuestas a cumplir; a la brava se entregan menos.

Así, Hernando y yo, caminamos por las tardes en las calles de Barranquilla dándoles la vuelta a los parques y, a la desazón de saber que los niños y niñas de los Hogares del ICBF de la Costa reciben educación, comen y hacen la siesta en medio de un calor tórrido que les deshidrata los cuerpecitos sin un abanico o uno destartalado, mientras los funcionarios y administradores gozan de aire acondicionado central en todas sus oficinas y en sus automóviles. Es decir, la burocracia del ICBF otorga mejores condiciones a sus empleados –adultos- que, a los menores en las guarderías, razón de ser de sus cargos.

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Cuando los políticos corruptos olfatearon que el ICBF poseía un gran presupuesto, además de las condiciones necesarias para el clientelismo, lo fueron acorralando hasta casi acabar con él, como hacen con todo lo que encuentran a su paso. Los presidentes pusieron de moda nombrar a mujeres carentes de empatía por la causa de los infantes, pero gustosas ostentaban en el pecho la medalla de estar al frente de la protección de la niñez, paseándose por los más encumbrados espacios del gobierno y de los medios de comunicación mientras las madres comunitarias, las directoras y las maestras que sostienen las políticas del ICBF permanecen en el más absoluto anonimato, con las sobras del presupuesto, con los escuálidos sueldos atrasados, con la abnegación del pueblo prisionero de la esperanza.

En este 2023 las madres comunitarias han entrado en el Plan de Formalización Laboral del presidente Gustavo Petro para zanjar la pauperización económica que ellas han sufrido por décadas. El presidente ha propuesto también que la administración de los Hogares quede en manos de los mismos padres de familia y no en las de esas fundaciones mercantiles que negocian la vida de los niños, y acaba de nombrar directora del ICBF a Astrid Cáceres, pedagoga, con maestría en Educación y desarrollo comunitario, depositando en ella el enorme compromiso de rescatar al Instituto, que es la salvación de miles de niños y niñas colombianos del desprecio del Estado.

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Y sigo caminando, conversando con Hernando Ahumada y su corazón de niño; nos une la misma patria, la infancia, la de él y la mía, tan distintas, tan iguales, tema de nuestras conversaciones profundas, además del sueño político de ver un gran cambio en Colombia. Sus ocurrencias inteligentes y sensibles sobre un hecho fortuito en la calle me alegran después de leer sobre los 170 millones de criaturas huérfanas en el mundo que no tienen la atención que hoy la sociedad les da a los gatos y perros abandonados, que se la merecen toda, ese no es el punto; es que nos volcamos sobre los animalitos fanáticamente olvidando a los otros, a los humanos pequeños hacinados, hambrientos, desnudos, con sus infancias arrasadas, sin manos que los bañen, que los acaricien, sin voces queridas que los llamen por sus nombres.

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