Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Es, sin ambigüedad, una excelente noticia que el PIB haya crecido en un 10,6 % en 2021, como lo reportó el DANE. Sobre todo, es una excelente noticia que, si se compara el PIB de 2021 con el de 2019, año anterior a la pandemia, el crecimiento sea del 2,8 %. Esto quiere decir que, un par de años después del inicio de la peor crisis económica de la historia del país —sin hipérbole: la caída del PIB en 2020 fue peor que la de la Gran Depresión de los años 1930, peor que la de 1999, y peor que cualquier otra desde que existen las cuentas nacionales— la economía colombiana ya produce más que antes de la crisis. Todos los economistas anhelábamos en aquellos primeros días de encierro colectivo un desenlace como este, pero ninguno se habría atrevido a pronosticarlo con certeza.
La mala noticia es que en 2019 estábamos mal, habiendo cerrado el año con protestas masivas que reflejaban la inconformidad de buena parte de la ciudadanía con la trayectoria económica del país, y un aumento del PIB del 2,8 % frente a nuestra situación del 2019 quiere decir que seguimos mal. El PIB de Colombia —que mide el valor de todos los bienes y servicios finales producidos en el país— es bajo a comparación de otros países, lleva décadas creciendo a un ritmo lento mientras que otras regiones del mundo sí logran salir de la pobreza, y, además, está distribuido de manera bastante desigual, desigualdad que no ha desaparecido y que aumentó con la pandemia.
Regresar en términos económicos a 2019 es una buena noticia, pero no es suficiente ni es razón para dejar de buscar una transformación radical en el manejo de la economía colombiana. La mediocridad de las instituciones económicas creadas en los años 90 es evidente para todos, menos para los señores que las crearon. Ojalá se jubilen pronto, afortunados ellos, que sí pueden hacerlo.
