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Evaluación de impacto, cara y sello

Luis Carlos Reyes

09 de diciembre de 2015 - 11:19 p. m.

Hoy en día, los criterios con los cuales se plantea casi toda la política pública se parecen a los que llevaron a los médicos de la antigüedad a desangrar a sus pacientes con sanguijuelas.

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 Pero la política pública se puede y debe evaluar con rigor científico.

Quien haya trabajado en el sector público conoce el ciclo de programas gubernamentales que van y vienen. El ministro de turno llega con una lista de corazonadas que lo llevan a desmontar los programas de su predecesor y a implementar los propios. En el proceso mueren cosas que quizá tenían que morir, pero también se acaba sin saber bien por qué con programas que parecían prometedores.

Para evaluar científicamente y no a hígado qué programas deben sobrevivir y cuáles no, se necesita el cara y sellazo que caracteriza al método conocido como una prueba aleatoria controlada, utilizado también para determinar la efectividad de los tratamientos empleados por la medicina moderna.

Dicho método es fácil de aplicar a las políticas públicas. Cuando un proyecto está en su etapa piloto, los beneficiarios del piloto se deben elegir al azar (no a dedazo) de entre la población focalizada. Luego se les hace seguimiento tanto a quienes se ganan la lotería como a quienes participan pero no se la ganan. Por último, se comparan los resultados de los beneficiarios con los de los no beneficiarios.

Por ejemplo, si el programa fuera un subsidio para que los padres de bajos recursos enviaran a sus hijos a la escuela, en el piloto: 1) se otorgarían los subsidios por lotería; 2) se les haría seguimiento a ganadores y perdedores; 3) se compararían las tasas de asistencia de quienes recibieron el subsidio con las de quienes no lo recibieron; y 4) el programa se implementaría nacionalmente si los ganadores de la lotería aumentaron su asistencia al colegio.

Sin embargo, para las pruebas piloto en Colombia casi nunca se da el cara y sellazo inicial, ni se hace el seguimiento de los perdedores de la lotería. Los beneficiarios del piloto se eligen por conveniencia política o por facilidad administrativa, y además son los únicos a los que se les hace seguimiento.

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Existen técnicas econométricas complejas que tratan de arreglar la falta de previsión de los tomadores de decisiones. A veces, el evaluador tiene suerte y encuentra lo que se conoce como un experimento natural. Pero por complejas o afortunadas que sean las evaluaciones planeadas a última hora, nunca superan la calidad de una prueba aleatoria controlada diseñada a tiempo.

Lo único que tiene que cambiar para que evaluemos la política pública con rigor es la previsión. Podría pensarse, por ejemplo, en una ley que obligara a que las pruebas piloto siempre se diseñaran con la aleatorización en mente.

Pero por falta de previsión, los proyectos evaluados con pruebas aleatorizadas en los últimos 20 años por parte de Planeación Nacional se cuentan con los dedos de la mano. Se necesita más cooperación entre los entes que plantean los programas del gobierno y la agencia evaluadora.

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Luis Carlos Reyes, Ph.D., Profesor Asistente, Departamento de Economía, Universidad Javeriana
 

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