Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
A veces se habla de acabar con la informalidad laboral como un fin en sí, más que como un paquete de beneficios que se les ofrece a los formalizados en potencia. Es útil enumerar lo que viene incluido en el paquete, porque hacerlo permite ver que la mayoría de sus componentes son de dudosa utilidad. Si queremos que la formalidad les sirva a los trabajadores más que a un par de gremios que se benefician de sus aportes tributarios, hay que transformarla.
La formalidad incluye una serie de pagos adicionales al empleado —primas y cesantías— que en realidad salen de su propio bolsillo: son dinero que se le descuenta del salario mensual que recibiría si no existieran estas obligaciones, las cuales ni le dan ni le quitan mucho.
Por otro lado, la formalidad incluye sobrecostos sustanciales que también se pagan reduciendo los ingresos mensuales del empleado: el grueso de estos lo constituyen los aportes al sistema de salud, de pensiones y a las cajas de compensación. Pero el sistema de salud colombiano cubre —con niveles de calidad cada vez más cercanos— a formales e informales: la formalidad cuesta, pero no mejora mucho la calidad de salud. En cuanto al sistema pensional, son pocos los cotizantes que se pensionan, pero sí quita bastante: un 16 % del ingreso que recibiría el trabajador si no existieran aportes obligatorios.
Quedan como beneficio de la formalidad las cajas de compensación, cuyos servicios son etéreos y poco usados, y el seguro de riesgos laborales, una de las pocas cosas rescatables del paquete de la formalidad (y la que menos cuesta). Todo lo demás es plata que se le quita al trabajador para luego devolvérsela o, peor, que se le quita sin beneficios tangibles. Ser formal es, para muchos, recibir ingresos 24 % más bajos para tener cajas de compensación y aportar a un sistema pensional que no pensiona. Con esa formalidad, ¿cuál es el afán de formalizar?
