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La Corte Internacional de Justicia no tiene poder verdadero, excepto el de la ecuanimidad de sus opiniones. Y aunque su única autoridad proviene de su imparcialidad, la evidencia indica que sus opiniones son sesgadas con una frecuencia decepcionante.
La Corte no tiene poder coercitivo real. Si llega a un veredicto vinculante, le compete al Consejo de Seguridad de la ONU hacer algo al respecto, si y solo si considera que su incumplimiento es una amenaza a la paz. Y a causa del poder de veto de EE.UU., Rusia, China, Gran Bretaña y Francia en el Consejo de Seguridad, la ONU nunca hace nada. Quien lo dude, que les pregunte a los ucranianos o a los refugiados sirios. Además, de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, sólo Gran Bretaña acepta como obligatoria la jurisdicción de la Corte.
Ahora bien, si la Corte tiene peso moral, debemos acatar sus decisiones así nadie nos las vaya a imponer por la fuerza. Pero un análisis cuidadoso de la evidencia indica que la Corte decide con base en los sesgos nacionales, étnicos y políticos de sus jueces.
Eric Posner, jurista y docente de la Universidad de Chicago, realizó junto con el politólogo Miguel de Figuereido un análisis estadístico de las decisiones de la Corte de La Haya. Su razonamiento fue sencillo: si la Corte es verdaderamente imparcial, en promedio los votos de un juez a favor del demandante no debería determinarlos que el juez y el demandante sean del mismo país, o de la misma región, de la misma alianza militar, o de países que compartan su idioma, religión, sistema de gobierno o nivel de riqueza. Los resultados son desalentadores. Con excepción de la afinidad por pertenencia a alianzas militares, los jueces manifiestan favoritismos marcados y estadísticamente significativos a causa de estas variables, ninguna de las cuales es atribuible a cuestiones de derecho.
Estadísticamente no podemos saber si estos u otros sesgos interactuaron para llegar al veredicto que pone en duda nuestros derechos sobre las aguas reclamadas por Nicaragua. Es posible, como en días recientes lo han sostenido algunos juristas distinguidos, que el veredicto sea imparcial.
Pero no deja de ser razonable tener un sano escepticismo hacia los veredictos de la Corte. Si hoy en día la credibilidad de alguien está en peligro de derrumbarse es la de las Naciones Unidas y otras burocracias supranacionales llenas de buenas intenciones pero, en la práctica, ineficaces, costosas y arbitrarias. Los ideales internacionalistas que llevaron a la creación del sistema actual son valiosos y hay que defenderlos. Pero no los va a rescatar Colombia regalando sus mares.
