Puntualidad alemana

Luis Carlos Reyes
15 de abril de 2017 - 03:00 a. m.

“Buenos días”, dice uno. “Buenas tardesss”, le responde el otro, alargando la última “s” después de haber consultado el reloj y haber visto que son las 12:01 p. m. Es sorprendente, comentaba un amigo, esta obsesión colombiana con la precisión cronométrica del saludo, cuando casi todo el mundo llega tarde a todo. Creo que la causa de nuestra impuntualidad crónica no es que se nos olvide mirar la hora ni que no sepamos calcular los tiempos de llegada (“no, es que el tráfico estaba terrible hoy, justo hoy”), sino que estamos atrapados en lo que en economía se conoce como un mal equilibrio de Nash.

Un equilibrio de Nash es una situación en la cual todos responden de manera óptima al comportamiento de los demás, dado lo que los demás están haciendo. Tanto la puntualidad como la impuntualidad colectiva son equilibrios de Nash. Por ejemplo, uno de mis mejores amigos es un alemán que conocí en la universidad en EE. UU. Recién nos conocimos quedamos de vernos para almorzar al mediodía y llegué a las 12:05 p. m. “Luuuuis, Luuuuis, Luuuuis”, me dijo en tono de regaño germánico, y omitiendo mi segundo nombre para más piedra. “¿Qué pasó? ¿Por qué llegó tan tarde? Estaba a punto de irme”. Le dije que no fuera exagerado y que cinco minutos no eran nada. De ahí en adelante, cada vez que íbamos a tomarnos algo, lo citaba a horas raras para ver si en efecto era tan puntual: un happy hour de 5:17 p. m., una comida de 8:32 p. m., y así. Siempre llegaba a la hora y el minuto que decía, por lo que no tuve más remedio que hacer lo propio. Y como nuestros amigos de EE. UU. llegaban no al minuto, pero sí a los cinco minutos de la hora planeada, me acostumbré rápido a ese equilibrio.

Cuando regresé a Colombia traté de mantener la costumbre. Pero fue ahí donde me di cuenta de que el problema no éramos los colombianos, sino el equilibrio en el que estamos atascados: ¿para qué llegar temprano si todos los demás van a llegar tarde? Si uno valora su tiempo, la reacción lógica ante esto es llegar tarde también. Y los demás no llegan tarde por sinvergüenzas —ni, como lo demuestra nuestra fijación con los díasss, tardesss y nochesss, porque no sepan qué hora es—, sino porque están pensando exactamente lo mismo que uno, y reaccionan de manera óptima ante el comportamiento de los demás.

Pasar de un mal equilibrio de Nash a uno bueno no es imposible, aunque requiere creatividad en las convenciones sociales. Algo que me ha funcionado, sobre todo con quienes han tenido la dudosa fortuna de ganarse un regaño alemán en otras latitudes, es preguntarles si la hora a la que quedamos de vernos es estilo alemán o estilo colombiano. Si es estilo alemán —oh, sorpresa— todos los colombianos llegamos a la hora en punto así los planes se hayan hecho con dos semanas de antelación. No hay necesidad de “confirmar” el día anterior, y todos milagrosamente aprendemos a calcular el tiempo que se nos va a ir en medio del tráfico. Y si la respuesta es que es hora estilo colombiano (“no, no, pues alemán no. Normal”), entonces uno también sabe a qué atenerse y hace lo propio. Será gracioso pero funciona.

¿Quién quita? Si nos acostumbramos a decir que vamos a llegar a las 9:14 cuando vamos a llegar a las 9:14 y que no sabemos si vamos a llegar cuando no sabemos si vamos a llegar, es posible que nos ahorremos un montón de tiempo perdido y que dejemos de desahogar nuestras frustraciones cronométricas con quien nos saluda.

* Ph.D., profesor del Departamento de Economía, Universidad Javeriana.

 

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